Como nunca antes, en este Nuevo Año se ha puesto énfasis en el don de la paz, lo que implica que todos están ansiosos porque en los días que vienen prevalezcan el amor y la paz. Estos son los dos supremos bienes de la vida que habrá que cumplirlos con rigor y plena convicción de que es la mejor forma de lograr la buena convivencia humana.
Con la paz lo que se adquiere es la tranquilidad y armonía, para lo que corresponde deponer las tensiones familiares que pudieran existir. Asimismo, es esencial que ocurra lo propio entre gobernantes y gobernados; entre diferencias ideológicas, sin que ello exija cambiar de posiciones que se tenga en el plano familiar, vecinal y público.
Fácil es romper la paz entre personas y pueblos, lo difícil, sin duda, es ceder en las diferencias, pero hay que hacerlo como demanda la buena convivencia, que es la que construye y fructifica una buena existencia entre los seres humanos.
Hay que ser conscientes de que las rupturas y los distanciamientos no dan frutos, más bien los malogran. Es la mejor manera de perder las bienaventuranzas de la vida, más aún cuando se tiene presente que cada ser tiene solamente una existencia terrenal pasajera, circunstancial.
En este punto vale la pena rescatar el concepto de la resiliencia, que como palabra pasa casi desapercibida e incluso ignorada. Empero, cuando se la asimila se presta a dar el salto del “Yo puedo” al “Nosotros podemos”. Qué mejor que ocurra ello y no se quede en el parapeto del egoísmo. Pues, día a día se experimenta que una o uno solo es poco lo que consigue, por más esfuerzos y méritos que se haga. En cambio, cuando se trata de “Nosotros” los logros siempre son mayores.
Esto se experimenta como integrante de la familia, pero cuando se extiende hacia el resto, o sea a los demás, la cosecha será más cierta y abundante. En caso de ser así, en lo que concierne a la paz, todos serán los beneficiarios, las religiones, los partidos políticos, las comunidades. En suma, las sociedades y los países.
De vuelta al concepto de resiliencia, la escritora argentina María Gabriela Simpson ha escrito un magnífico libro titulado “Resiliencia sociocultural”. Acerca de ella expresa que no es ya una palabra difícil de pronunciar ni poco conocida. Más bien es merecedora de ser recogida y puesta en práctica. En muchos sentidos es como un breviario de estos contenidos que muy bien se concilian con la paz:
“La capacidad de hacer frente a la dificultades de la vida, superarlas y ser transformados positivamente por ellas”.
“Cualidad dinámica que se encuentra latente en el interior de cada ser humano, siempre cambiante, que surge de la creencia de la propia eficiencia para enfrentar los cambios y resolver problema y que pueda activarse en cualquier momento por mecanismos adecuados”.
“Capacidad emocional cognitiva y sociocultural de personas y/o grupos para reconocer, enfrentar y transformar constructivamente situaciones causantes de sufrimiento y/o daño que amenazan su desarrollo”.
“Proceso dinámico que tiene como resultado la adaptación positiva en contextos de gran adversidad”.
Por tanto, la paz no sólo es cuestión individual, sino que concierne a unos y otros, acogerse a ella, entonces, es superar los aislamientos y las soledades, así se construye algo en compañía, colectivamente, socialmente.
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