Semblanza de don José María Linares

Ignacio Vera Rada

Nació este ilustre hijo altoperuano un 10 de julio de 1810 en Potosí, a los pies de la montaña de plata. Primogénito de los andaluces José Linares y Josefa Lizarazu, ambos gentes de hidalga cuna de la sociedad española, siempre, desde niño, encarnó al prototipo del hombre enérgico, fuerte y estudioso.

Ingresó al Colegio Seminario, semillero de teólogos y doctores, y su juventud fue monótona, aislada y reconcentrada en su instrucción. Era alto, delgado, moreno, de frente amplia, una espesa barba negra le cubría los angulosos pómulos y su mirada de lince penetraba hasta lo más hondo; de finas maneras, seducía a las damas, y de porte señorial, sabía distinguirse entre los varones.

Fue nombrado por el mariscal Sucre profesor de retórica de la institución donde estudiaba, y fue aplaudido por el Libertador por sus dotes intelectuales y de doctor silogístico.

Posteriormente fue nombrado Prefecto de Potosí y más tarde diputado del Congreso Constituyente de 1839; allí descolló como orador, tanto así que algún historiador lo comparó con Casimiro Olañeta. A veces hacía alardes de erudición y otras su verbo era implacable con sus enemigos políticos, entre los que estaba el vencedor de Ingavi.

Rondaba las tres décadas de vida y este joven diputado resaltaba en el Congreso merced a sus lúcidos y grandilocuentes discursos; dominador como era, no permitía que nadie objetara sus diagnósticos políticos. Su corazón, humano al fin, contuvo pasiones y odios, hambre de lustre y deseo de gloria. Pero era leal con sus amigos y condescendiente con los menesterosos, despreciaba la iniquidad y la vulneración de la ley. Sabía del lustre de su cuna y era un celoso católico, y por esas razones jamás estuvo envuelto en escándalos vulgares ni en reyertas que no fueran las políticas. Quebrantos morales y físicos mermaron su ser, y cruzó el Atlántico para ajustar en España asuntos de índole privada, donde recibió la cuantiosa fortuna que sus antepasados le legaran. Era joven y rico, pero no se entregó a la fiebre de las frivolidades sino al estudio. En la Península hizo revalidar su título de abogado y se dedicó al ejercicio del Derecho, resaltando también en los estrados judiciales e impresionando a todos por su elocuencia jurídica. Estando en la tierra de sus ascendencias, fue nombrado Ministro Plenipotenciario ante el gobierno español e hizo reconocer por éste la independencia de Bolivia.

Alcides Arguedas dice de Linares: “…no se dejó seducir por la expectativa de los triunfos fáciles, y gran parte de su tiempo lo dedicó al estudio y a los viajes. Estuvo en Francia, Suiza e Italia; aprendió a habla el francés; anduvo mezclado en aventuras galantes propias de su edad, y, por doquier, trataba de enterarse de la política interior de cada país, de sus particularidades y de las cuestiones sociales inherentes a cada uno”.

Fue Presidente de la República y luego se proclamó Dictador. Clausuró el Congreso y redujo los sueldos de los funcionarios. Disciplinó al ejército y le quitó el poder que tenía sobre los asuntos públicos. Su objetivo de moralizar el país no lo pudo ver realizado porque la incipiente conciencia institucional de la nación le dio una dura bofetada.

Murió solo y enfermo, recordando en su lecho las horas tristes de su vida política. Pero esta clase de hombres dejan legado a la posteridad. Y por eso su paso por el gobierno constituye el dechado de la austeridad y la legalidad, y su personalidad el tipo ideal de gobernante.

El autor es estudiante de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.

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