Economía de palabras
Con regularidad preocupante, las autoridades peruanas informan sobre los cargamentos de oro que salen de su territorio hacia Bolivia, como sugiriendo que se dirigen hacia un agujero negro situado en el medio de Sudamérica.
Hace cuatro años, el entonces ministro boliviano de Minería Jaime Virreira dijo una frase que debería figurar en alguna antología: “¡Qué extraño: Bolivia sólo produce 7 toneladas de oro pero exporta 21 toneladas!”
El hombre fue removido del cargo casi de inmediato. Por ingenuo.
El oro extraído de los ríos de la zona de Madre de Dios entra, de inmediato, en un circuito pecaminoso, porque se mezcla con la droga que se produce en el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro, conocido por las iniciales VRAEM.
Todo ello cerca de Bolivia, el país que hace de corredor para ambos productos, como plataforma de lanzamiento, una especie de zona franca de facto para toda la región, un país-pecado. Todo lo que es ilegal en los países vecinos, se legaliza con sólo cruzar la frontera. Debe ser una ventaja tener un vecino así, una ventaja para quienes operan en la ilegalidad. Un Estado que es, para decirlo con franqueza, sólo una ficción.
Dice un geólogo boliviano que trabajó en la zona del Madre de Dios, que las empresas peruanas saben que para buscar un repuesto, o equipos completos, deben llegar hasta El Alto de La Paz, el mayor supermercado abierto de Sudamérica. Allí encuentras desde una aguja hasta un helicóptero. Sin factura, por supuesto, y sin póliza de importación, esas cosas inventadas por los Estados, que mantienen la pretensión de controlar y regular el comercio, aunque saben que hacen el ridículo.
Esos empresarios llegan al gran supermercado, compran lo que necesitan y regresan al Perú. No han pagado ni impuestos ni aranceles, porque han operado en el agujero negro.
Y, entonces, están las estadísticas, esas que miden, milimétricamente, todos los movimientos de la economía. De aquella que está en el margen de lo legal, de lo imponible, un margen que se hace cada vez más estrecho y que permite al Estado presumir de estar controlando algo. En este momento, en Bolivia ese margen es de apenas 25% de la economía, dicen los optimistas. Cuando ese margen se reduzca más, ¿el Estado seguirá respirando?
Preguntas para comenzar el año.
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