[Isabel Velasco]

Alma de esta vida o de la otra


Erase D. Juan Bautista Sanjinés un conocido y respetado caballero de la sociedad paceña, quien unió su suerte a la hija del filántropo Gral. Ramón Loayza. Disfrutó de buena reputación por su amabilidad y buen trato, fue tronco de una honorable familia, entre cuyos vástagos hubo una monja y un abogado.

Habiendo enviudado, se dedicó de lleno a los goces de la vida, echando muchas canas al aire en diversiones y aventuras amorosas. Transcurrió así su existencia hasta que le llegó el cuarto de hora otoñal, en el cual tomó conciencia de su paso por el mundo y decidió firmemente enclaustrarse en un convento, reconociendo la necesidad de hacer penitencia para salvar su alma de tanto pecado y consagrarse a Dios.

Esta novedad inesperada causó revuelo y sensación en los círculos de la sociedad paceña, fue rumor y asunto de conversación la novedad de la toma de hábito del señor Sanjinés, en descargo de su conciencia, como fraile de la orden del Seráfico Francisco de Asís.

Esta noticia, comidilla de todas las amistades de D. Juan, llegó muy pronto a oídos del Gral. Agustín Morales, su gran amigo y contertulio, quien hace poco había asumido la presidencia de la República, después de la cruenta revolución libertadora del 15 de enero de 1871, la cual dio fin a la nefasta dictadura de Mariano Melgarejo.

En ocasión de la “Misa de Gracias” que en el templo de San Francisco obsequiaron los padres al presidente Morales, celebrando el triunfo de la revolución, asistió el General con toda su comitiva y después del oficio pasaron al Refectorio a departir en un convite preparado para la ocasión, allí se encontraron los dos amigos abrazándose con cariño. El Presidente felicitó a D. Juan Bautista Sanjinés por el camino que había tomado en el ministerio del sacerdocio y le preguntó:

- ¿Cuánto tiempo hace que estás de sacerdote?

- No soy sacerdote, soy nada más un lego converso, repuso el padre Juan.

- Cómo es eso, mi amigo de lego. Mi amigo Juan de fraile subalterno, tú debes ascender a sacerdote, tú cantaras misa, por tu preparación ¡tú tienes que estar en el escalafón eclesiástico!

El padre Juan respondió:

- No es posible, mi querido Presidente, para ser sacerdote es necesario saber teología y latín.

El General insistente replicó:

- No quiero que te presentes con esa humildad. Todo se obvia cuando Dios quiere, porque entonces los santos pueden, no hay remedio, ¡tú serás sacerdote!

Abrazó a su amigo y se marchó al palacio.

Juan, resignado, se dijo para sí mismo:

- Que Agustín, como él es Presidente, cree que también puede ordenar y mandar en lo religioso.

Morales no abandonó la idea, hizo las averiguaciones del caso a fin de pedir a la Curia Romana las dispensas previas para que el Padre Juan sea sacerdote y celebre misas votivas.

El 19 de agosto de 1872 en el Santuario de Copacabana 17 sacerdotes presenciaron las “órdenes menores y las mayores hasta el presbiterato del Padre Juan”, de manos del Obispo Calixto Clavijo. Fue padrino de la primera misa el presidente Agustín Morales.

El 27 de noviembre de 1872, a las 9:30 de la noche, momento en que Agustín Morales era asesinado en su propio palacio con seis tiros de revólver, que le descargó su sobrino Federico La Faye, en el convento de San Francisco, hallándose todas las puertas herméticamente cerradas, cuando los frailes descansaban en sus respectivas celdas, ídem los legos y demás sacristanes que dormían a pierna suelta, sorpresivamente sonaron estrepitosamente tres aldabonazos en el portón del zaguán del convento, los que retumbaron en todas las dependencias de esa casona inmensa.

El portero alarmado preguntó:

- Quién vive y a estas horas qué quiere.

Contestó desde la calle una voz conmovedora y suplicante, como pidiendo auxilio:

- Me urge hablar con el padre Juan Bautista Sanjinés.

- Dígale que soy su amigo Agustín Morales.

El portero tocó la campana, llamando al padre Juan, quien alarmado por los golpes y con la sangre que le subía de golpe a la cabeza, acudió presto y veloz a la portería e interrogó en alta voz diciendo:

- ¡Quién va a estas horas de Dios, decid si sois alma de esta vida o de la otra!

Desde afuera contestó la misma voz atribulada y compungida:

- Padre Sanjinés, hermano, ¡te pido la absolución de mis pecados y te suplico que para mañana mismo reces una misa de réquiem para la salvación de mi alma, acaban de asesinarme en el palacio!

Nada más se escuchó de respuesta, se abrió la puerta del convento y quien así suplicaba por el perdón de sus pecados y pedía una misa de difuntos desapareció instantáneamente.

En la calle vacía solo se percibía la silueta de un sereno, quien pasaba en esos momentos alumbrando su camino con un farol en la mano pregonando a voz en cuello:

- Son las nueve y media… nublado. ¡Viva Bolivia, señores!

Tan pronto como despuntó la aurora, apresuradamente se envió hasta la plaza Murillo a un lego, quien retornó al convento confirmando el trágico suceso. En efecto, a la misma hora en que se escuchó los aldabonazos y la voz desesperada de esa alma bendita, había sido asesinado el presidente Agustín Morales.

El hecho ha sido positivo y testigos fieles todos los padres de la comunidad franciscana en esa noche del 27 de noviembre de 1872. Las declaraciones de Carlos Bravo se hallan registradas en el periódico “El Comercio de Bolivia” No. 401 de fecha 15 de enero de 1902.

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