[Isabel Velasco]

Cómo trincho el pollo, mi general


Manuel Isidoro Belzu gobernaba Bolivia, distribuyendo justicia, desterrando a moros y cristianos y botando dinero desde las tribunas de su palacio en los días festivos. Si estaba de buenas, también improvisaba militares a diestra y siniestra, tanto así que muchos artesanos salieron de sus talleres para lucir los galones uniformados, como una verdadera epidemia, la cual se llegó a llamar “La fiebre amarilla”, pues de ese color eran las insignias de los flamantes oficiales.

El pueblo bajo esa posición netamente democrática recogía el dinero que se le arrojaba y aclamaba al “Tata Belzu” como ídolo de las masas populares. Se puede decir que fue el Mahoma boliviano.

Como todo el que manda, tuvo enemigos políticos, vestidos con trajes aristocráticos y dicen que éstos le dieron muchos dolores de cabeza, cada día se descubría un complot o una conspiración revolucionaria. Fulano y mengano habían sobornado al Capitán X para que entren al Batallón Chorolque. Zutano y perengano debían asaltar el cuerpo de guardia del Regimiento de Artillería. En fin, pocas veces durante su mandato el General pudo dormir de noche tranquilo, sin soñar continuamente con el fantasma de la conspiración en distintas formas, con diversos trajes y variados caracteres.

Los patíbulos fueron levantados en distintos puntos de la República y cada día se oía de algún ajusticiamiento. Cansado y aburrido, el Tata Belzu ofreció por orden general dos ascensos efectivos a los oficiales que dieran parte de haber sido seducidos y seis mil pesos a la clase de tropa. Ni con estas espléndidas recompensas pudo verse libre de las conspiraciones que lo agobiaban, tanto así que lo llevaron hasta el extremo de renunciar con sinceridad y de buena fe a la Presidencia. Mas en aquellos trances extremos siempre tenía el apoyo firme y decidido de sus militares improvisados.

Uno de ellos era el Comandante Cabrera, quien en sus mocedades había ejercitado su vista en la puntería y trabajaba monturas de admirable hechura. Sin saber dónde estaba parado, fue admitido en la clase militar, llegando a ser tercer Jefe del Regimiento de Artillería. Tenía un ojo tan certero que encajaba una bala rasa en el lugar preciso, por lo cual Belzu le profesaba mucha deferencia.

El Presidente era afecto a convidar al almuerzo y a la comida a sus oficiales, edecanes y covachuelistas de turno. Cierta mañana que Cabrera se encontraba en el Ministerio de Guerra con asuntos relativos al regimiento, recibió por intermedio del Edecán de Su Excelencia, Muñecas (alias “María Juana”), una invitación para quedarse a comer. Ese día el Presidente había estado de magnífico humor y quería compartir con algunos de sus fieles y devotos defensores militares. Cabrera sorprendido aceptó de mil amores y asistió al convite con puntualidad. El Presidente hallábase de muy buen talante, ponderó el vino que bebían los subalternos, sin duda para coger alguna astucia de “María Juana”, quien solía poner en la mesa el mejor vino para él y sus ministros, regular para convidados y edecanes, y de última categoría para los subalternos.

D. Manuel Isidoro mantuvo esa tarde una cordialidad que se traslucía en el trato de afecto hacia los invitados y demás comensales, brindó muchísimas veces, conversó con uno y otro, estuvo especialmente efusivo y charlatán con Cabrera, a quien le dirigió varias veces su copa en señal de “salud”. Tal parecía que por un momento el General se había olvidado de su gran pesadilla, la conspiración.

Mientras conversaba con el Tercer Jefe de Artillería, los mozos de servicio introdujeron unas exquisitas viandas de pollos asados. Reparó en ellos Belzu y con toda amabilidad preguntó: ¿Cuál de ustedes es diestro para trinchar un pollo?

Todos se miraron simultáneamente, sin proferir una sola palabra, porque en verdad ninguno de ellos era diestro para dividir ni repartir las delicadas presas que se ostentaba en la mesa presidencial y mucho menos en presencia del Presidente de la República. Silencio total reinaba en el recinto, hasta que uno de los edecanes, Abelardo Marañón (alias “El Mono”), vivaracho, travieso y decidido, con rapidez miró a Cabrera y dijo: “El Sr. Comandante Cabrera”. Los asistentes permanecieron lívidos y estupefactos, diciéndose para sus adentros: “No puede ser… la educación de Cabrera no llega a tal punto”.

Belzu pensó lo mismo, vaciló un momento y con un aire alentador se dirigió a Cabrera, diciendo:

-¡Ah, Comandante, exhiba su destreza!

Cabrera se levantó de la silla mostrando un semblante lívido, instintivamente cogió el cuchillo y el trinche y reponiendo su ánimo antes atónito, miró a Marañón, perforándole con certera puñalada lanzada con los ojos y luego lentamente fijó la vista en la charola, donde yacían unos pollos exquisitamente preparados. Reflexionó un momento y con todo aplomo, dirigiéndose al General preguntó:

-¿Cómo quiere usted que trinche el pollo, mi general?

¡Como en tiempos de paz o como en tiempos de guerra!

La interrogación sorprendió al Tata Belzu, semejante ocurrencia no se la esperaba y era lógico que entre militares se diera preferencia en todo tiempo y lugar al sistema de guerra. Entonces calmadamente, pero con energía, el Comandante en Jefe del Ejército boliviano repuso:

-¡Como en tiempo de guerra!, Comandante.

Brilló la mirada de Cabrera y en sus facciones se reveló la satisfacción del triunfo, soltó los utensilios de trinchar y tomando con las manos los pollos, los descuartizó como pudo, sin piedad, piernas vienen… alas van… cuellos retorcidos… pechugas arrancadas… terminó con rapidez. Luego tomó con los dedos un pedazo de pecho blanco y jugoso, lo puso en un plato y lo presentó a S.E. con toda educación.

Don Manuel Isidoro Belzu sonrió y socarronamente le dijo:

-“Si trincha como en tiempos de paz… nunca acabamos”.

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