Continuando con esta grata tarea de revisar algunas obras nacionales, se dice que en el país se lee más de lo que se escribe; a partir de este artículo comentaré una novela nacional escrita por Mario Requena Pinto, quien en un encuentro casual, después de varios meses de no vernos, me comentó que había escrito: “Y tú ¿por quién combates?”, un título por demás sugestivo. Unos días después tuvo la gentileza de hacerme llegar un ejemplar de esta gratísima obra.
La obra, como nos informa el autor, nace de otro encuentro casual de Mario con un amigo: Jaime Barrenechea, hijo del coronel Jorge Barrenechea que, para entonces con 96 años, era uno de los pocos sobrevivientes de aquella parte trágica de nuestra historia: la Guerra del Chaco, e invitó a nuestro autor a visitar Tarija para tener un relato de primera mano, con numerosas anécdotas que, como él mismo señala, despertaron su curiosidad y lo indujeron a seguir investigando, lo cual lo lleva a la conclusión de que pese a haber transcurrido 80 años de aquella tragedia nacional, Bolivia pese a haber cambiado mucho sigue siendo la misma de aquella época.
El relato se inicia con lo que se conoce como el corralito de Boquerón. Un nombre que refleja toda la tragedia que vivió el país durante el periodo de la guerra y que evidentemente nos enseña de grandezas, heroísmos y “chanchullos” que caracterizan nuestro acontecer nacional y nuestras relaciones con los países vecinos. Se evidencia que el país no busca alianzas internacionales adecuadas y sus tradicionales no amigos siguen haciendo lo contrario. ¿No somos en este momento grandes aliados de Venezuela? ¿No estamos en conflicto con algunos de los países vecinos? Por eso esta historia de la Guerra del Chaco es una gran lección para el momento que vivimos ahora.
El relato sobre Boquerón se inicia así: “entre agosto y septiembre de 1932, ante el fracaso de la diplomacia y la razón, Bolivia y Paraguay se prepararon para el conflicto. En Boquerón, un reducto con forma triangular y cuya área era un poco menor a un kilómetro cuadrado, estaba sitiado el regimiento boliviano Campos con sus 700 soldados. Los comandaba el teniente coronel Manuel Marzana, quien ordenó construir los defensivos necesarios y emplazar las armas para la defensa”.
“Por su parte, 9.000 soldados paraguayos se preparaban para tomar el reducto. Sería la primera gran batalla de la Guerra del Chaco”.
La desproporción de fuerzas era evidente. Pese a ello, Marzana recibió una orden: “no abandonar Boquerón”. Claramente la suerte para este pequeño grupo de combatientes estaba echada.
Este enfrentamiento demostró el heroísmo de este pequeño grupo de combatientes bolivianos, unido a que sus escasas provisiones de municiones se agotaron. Las fallas del comando cercano para hacerles llegar mayor material bélico y refuerzos, agua, y comida condujo a un resultado inevitable.
“En la mañana del 29 de septiembre, las tropas paraguayas entraron a Boquerón, al notar que desde la trinchera de los cercados ya no disparaban. La escena que encontraron los dejó estremecidos”.
“Dieciocho oficiales harapientos, 450 soldados famélicos, un galpón con cien moribundos y decenas de fosas por cuyos bordes asomaban los restos de 200 cadáveres, era lo que quedaba de la tropa que resistió veinte días al ejército paraguayo”.
“Frente a ese cuadro desolador el comandante paraguayo ordenó: ¡Soldados del Paraguay, honor a los vencidos! ¡Atención!, los guerreros vencedores saludaban a los guerreros vencidos. No había odio ni rencor, solo el sentimiento de que cada parte había cumplido su deber”. Una página triste y gloriosa al mismo tiempo.
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