Nuestros compatriotas en Argentina fueron mirados a menos por su pobreza, humildad, y derivado de eso, por su apariencia. De ahí que el término de “bolita” siempre sonó despectivo e irritante si es que se lo endosaba a algún porteño. Sin embargo, a los bolivianos se los respeta -se los respetaba por lo menos- porque los argentinos reconocen que, tanto hombres como mujeres, son gente trabajadora, honrada, y pacífica, lo que no sucede con otros inmigrantes que producían dolores de cabeza a la policía y temor en la sociedad por sus actividades delictivas.
No ha sido fácil la vida de los bolivianos allí, principalmente porque la inmensa mayoría de nuestros compatriotas carecía de documentos de identidad y de esa forma era imposible que pudieran acceder al Documento Nacional de Identidad (DNI) que es requisito indispensable de ciudadanía para todo argentino o extranjero con domicilio en territorio de la nación vecina. Sin el DNI los miles y miles de connacionales estaban impedidos de acceder legalmente a los necesarios servicios de salud y educación, por ejemplo, aun cuando, para ser justos, no se rechazaba nunca a enfermos en los hospitales ni niños en las escuelas.
Pero otro de los males terribles que sufrían nuestros connacionales era que por vivir de manera clandestina en Argentina, trabajaban clandestinamente también. Y si una persona carece de documentación en una nación extraña -sea en Argentina, EEUU o Europa- está expuesta a ser explotada laboralmente. En nuestro caso, los nuestros no sólo eran expoliados y aprovechados por pequeños empresarios textileros argentinos, sino por sus propios compatriotas que los hacían cruzar la frontera ilegalmente, no les devolvían sus documentos, y luego eran víctimas de una suerte de secuestro, encerrados en talleres inhóspitos con salarios de hambre.
Me correspondió estar como embajador en Buenos Aires entre los años 1997 y 1999, durante los cuales el tema principal fue el de suscribir el Convenio de Migración, que culminó felizmente el 16 de febrero de 1998, en oportunidad de la visita oficial que realizó el presidente Hugo Banzer a su colega Carlos Menem. El meollo de la negociación, lo más sustantivo, estuvo centrado en la urgencia de legalizar a tantos bolivianos que vivían allí desde hacía años y que trabajaban incansablemente para sostenerse.
Era necesario que nuestros compatriotas estuvieran debidamente documentados para que con esa documentación pudieran gestionar su DNI y de esa manera tener acceso a los servicios sociales que le corresponden a todo ciudadano. Por lo tanto, era esencial “carnetizar” a nuestros compatriotas y ahí se presentaba el problema. El inconveniente no era otro que el temor que tenían los inmigrantes de presentarse sin documentos en las oficinas migratorias, donde podían ser sancionados, o peor, repatriados, algo que por lo menos durante mi gestión no sucedió.
El convenio se hizo en base a una “responsabilidad compartida” entre los gobiernos de Bolivia y Argentina, donde nuestra tarea principal era dotar del respectivo carnet de identidad a una inmensa cantidad de personas. Se optó por lo mejor en el acuerdo diplomático, y fue que Bolivia asumiría la tarea, inmensa por cierto, de “carnetizar” a nuestros connacionales. Como era imposible que los bolivianos pudieran tramitar sus documentos estando lejos de la patria y sin recursos, se instalaron en los principales consulados -Buenos Aires el más importante- equipos móviles de civiles y policías encargados de entregar el carnet a quienes lo requirieran y de la extensión de certificados de antecedentes, que eran solicitados por las autoridades argentinas.
Al parecer, después de algunos años, hubo algunos otros acuerdos migratorios, pero no podemos entender cómo es posible que se haya llegado a un punto tal en que se produzca una verdadera situación de crisis, de verdadera guerra psicológica, cuando hasta algún parlamentario oficialista ha hablado de la posibilidad de levantar un muro en la frontera, al mero estilo del presidente Trump con México. Por otra parte, y es la más compleja, las acusaciones de narcotráfico son crecientes y provocan gran tensión. El embajador argentino en La Paz, ha tranquilizado un poco la inquietud, expresando que las declaraciones de la ministra Patricia Bullrich no tenían un alcance tan grave, que todo se puede concertar, pero nuestra Cancillería no puede quedarse inactiva.
El anuncio del viaje del ministro Fernando Huanacuni a Buenos Aires es una buena señal y será una gestión difícil la que le corresponderá realizar. Pero esa es la dimensión de los hechos que se requiere para probar a un Canciller que debe mostrarse como defensor de sus compatriotas, como conocedor de la materia, y que no ha sido puesto en el cargo como un ministro más.
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