La identidad por un puesto


 

Con alguna frecuencia se presenta en el país cuestionamiento a ciertos nombramientos de funcionarios públicos. El último es el de la Gerencia de la Caja Nacional de Seguridad Social (CNS), que está provocando nada menos que un paro nacional en uno de los servicios de mayor importancia y urgencia para la población asegurada.

Desde un punto de vista racional, es incomprensible que una persona, con títulos profesionales, se empecine en mantenerse en el cargo para el que fue designado, sin que le haga mella la suspensión de los servicios de seguridad social.

Es habitual que aquí y en cualquier parte del mundo, las personas lo primero que hacen es cuidar su identidad, es decir su nombre, por sobre todas las cosas. Tanto por orgullo personal como familiar. La mayor recomendación que suelen hacer los progenitores a sus hijos es conservar el buen nombre de la familia.

En este aspecto, hay una variedad de aspectos que hay que tomar en cuenta. Empero, el principal es poner a buen recaudo su prestigio, o sea no mancharlo con faltas, delitos y, en el caso que abordamos hoy, no exponerlo al desprestigio nada más que por ocupar un cargo.

En esto no se va la vida, pero sí se pierde honorabilidad e incluso la dignidad, pues no es posible que solo por ser la autoridad de un organismo público se ponga en juego estos valores.

Dónde queda el orgullo personal, nada más que por desempeñar una función de autoridad con el costo de que su apellido sea manoseado y desprestigiado, como está ocurriendo ahora.

De una parte, es olvidar a los progenitores, ya sea que estén vivos o hayan fallecido. De seguro que no sentirán satisfacción alguna al ver que el apellido familiar es desprestigiado por un simple empleo.

Pero la responsabilidad es mayor cuando se trata de los hijos. Cómo se les puede dejar un apellido que ha sido públicamente repudiado, pues no es el cuerpo físico el que vaya a sentir el efecto, sino el sentimiento de honorabilidad que todos tratamos de cuidar y no dar lugar a ser maltratado.

Otra cosa es la de las personas que no les importa su identidad para cometer delitos penales, aunque sea de unas horas de arresto policial. Éstos son los menos, los que seguramente no saben valorar su prestigio, peor todavía, que manchan la identidad que han heredado y les importan un comino sus propios herederos. Estos casos son los mínimos y, en todo caso, deberían buscar el apoyo y si es indispensable la orientación de los psicólogos y los psiquiatras. En todo caso, empero, son los menos.

También en las frutas o las flores ocurre algo de esta índole. Pero estos casos son inanimados y por tanto no repercuten como sucede con los seres humanos.

En el presente caso, que origina estas líneas, es penoso observar cómo se daña la identidad y el orgullo familiar. Cuando lo primero que debió hacerse, a la primera objeción que se hizo acerca de su nombramiento, bastaba para desistir de asumirlo, por sí mismo y por su familia, que forzosamente pierde mucho, si acaso no le preocupa exponer su propia persona al desprestigio. Por más que le quepa alguna razón. Se llega al extremo de imponer un simple capricho, que resulta ser enfermizo.

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