Quien quiere hacerse cargo de la presidencia, puede pasar al palacio

De “Hechos e imágenes de nuestra historia” de Benigno Carrasco

El presidente de la república argentina Figueroa Alcorta, pronunció en julio de 1909, el tan zarandeado laudo en la cuestión de límites que sostuvieron por espacio de varios años Bolivia y el Perú. Ese laudo, fue adverso a nuestros derechos y comprometió territorios que ni siquiera estaban en litigio.

Posteriormente, Bolivia y Perú –que reconocieron la enorme injusticia que entrañaba el aludido fallo arbitral– mediante un arreglo directo, se entendieron en virtud del tratado Sánchez Bustamante-Polo . Pero, a pesar de este convenio diplomático, fuerzas peruanas atacaron a la guarnición boliviana en el Manuripi, a fines de 1910.

El pueblo de La Paz, al tener conocimiento de este lamentable suceso que afectó los sentimientos de cordialidad internacional de las dos naciones hermanas, realizó una manifestación pública exigiendo la reparación del ultraje inferido a la soberanía nacional y pidiendo al gobierno que declare la guerra al Perú.

En ese mismo acto, los manifestantes, solicitaron que el presidente Dr. Eliodoro Villazón, saliera a los balcones del palacio de gobierno a explicar lo ocurrido en la frontera de los dos países. El gobernante, estadista de reconocida experiencia y clarividente, llamó a los patrioteros a la cordura y les invitó a proceder con serenidad, dejando que el mandatario y su gabinete compuesto por hombres eminentes, solucionen el conflicto por las vías pacíficas y legales. El populacho exaltado, irreflexivo y casi siempre irresponsable, no satisfecho con la palabra del presidente terminó por pedir que éste renunciara su alta investidura.

Ante esta insólita actitud, el Dr. Villazón se irguió como un gladiador romano y sin perder su congénito estoicismo, fijó la mirada penetrante en la impaciente multitud congregada en la plaza Murillo, frente al Palacio Quemado –donde se han desarrollado a lo largo de nuestra vida republicana tantos hechos sangrientos y misteriosos que han conmovido el espíritu público– y dijo en alta voz: “Quien quiere hacerse cargo de la presidencia de la república, puede pasar al palacio y recoger las insignias del poder supremo que me confirió la voluntad popular”.

No hubo una sola persona que se animara a irrumpir en el viejo e histórico edificio, porque ese pueblo –que reaccionó de inmediato– conocedor de la autoridad moral y del sólido prestigio del Dr. Villazón, tenía fe en el patriotismo de éste y en su indiscutible capacidad para dar una acertada solución al pasajero incidente que excitó momentánea-mente los nervios de la muchedumbre cuyas rebeliones o son sublimes o bien ridículas.

 
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