Ningún partido político u otras organizaciones afines del país pueden atribuirse la propiedad de todo el pueblo boliviano. A ningún dirigente político le está dada la ligereza de comprometer con frecuencia al pueblo boliviano con el círculo de sus adherentes para imponer sus ideas o sus intereses, peor aún si éstos no tienen consonancia con aquellos objetivos que sean de beneficio para su bienestar y, más bien, están dirigidos a conquistar su voto a fin de motivar una especie de culto a la personalidad, impropio de principios democráticos.
Actitudes de esta naturaleza no hacen otra cosa que faltar al respeto y a la dignidad de un pueblo que tiene el derecho de pensar y actuar libremente, sin presiones, derecho que está reconocido universalmente por la Carta de la NNUU y la propia Constitución.
El pueblo boliviano a lo largo y ancho del territorio nacional por sus antecedentes históricos en las luchas independistas y en aquellos duras jornadas de conquistas sociales, tiene la capacidad suficiente para hacer definiciones adecuadas a sus intereses de lograr vivir bien, en paz y progreso, particularmente cuando aquellos propósitos están siendo olvidados o postergados por gobernantes o dirigentes políticos que se obstinan en no entender que se tiene que corregir errores del pasado. Ellos olvidaron que este bendito suelo que Dios nos dio por Patria, sigue manteniendo un status de pobreza en las ciudades y miseria en el campo; con atraso en sus estructuras productivas y en sus ideales de colocar a Bolivia en el sitial que le corresponde, como un país socialmente fuerte, políticamente soberano y económicamente grande y próspero.
El conjunto del pueblo boliviano no está solamente en el círculo de agrupaciones selectivas de tipo político, porque es mucho más diverso y amplio en su composición étnica, social, cultural y económica, ya sea que esté en el occidente del país, en sus valles o en sus regiones orientales. Y tiene sobrada esperanza de alcanzar a vivir bien con adecuada educación, salud a su alcance y trabajo digno y fecundo gracias a su esfuerzo y dedicación.
¿De qué serviría a este pueblo haber sido pionero en alcanzar su independencia, en relación con otros países del continente? ¿Qué valor tendrían su sacrificio, sus lágrimas y la sangre que derramó en aquellas jornadas para alcanzar la democracia y haber también luchado para el logro de conquistas sociales en los campos de María Barzola, Catavi, Siglo XX y otros distritos del país? Qué valor tendría esta Bolivia a la que Dios le ha dado un territorio diverso geográficamente, con ingentes riquezas terrígenas, si no le fuera posible actuar con libertades de pensamiento, expresión, información y el derecho a practicar el Poder Contestatario cuando los gobiernos se equivocan en sus gestiones públicas y no tienen en mente el prioritario deber de velar por intereses para que Bolivia sea un país altamente competitivo en el concierto internacional y con capacidad suficiente para mantener liderazgo en el conjunto de otras naciones.
En nuestro país han aparecido unos que afirman tener mentalidad revolucionaria y otros dicen ser socialistas marxista-leninistas, pero todo esto está solamente en la teoría y en los discursos de plazuela, ya que los primeros no son otra cosa que revolucionarios formados bajo el techo benigno de la democracia y los segundos son impulsores del infantilismo de izquierda, que solo buscan su acomodo y beneficios personales en esferas del gobierno de hoy. Todos ellos no tienen el derecho de hablar en nombre de todo el pueblo boliviano.
El gran Franz Tamayo decía en sus actuaciones públicas: “Hay algo que vale más que el oro y ese algo es la verdad”. Entonces corresponde aclarar que Bolivia no es una monarquía absolutista, un sultanato o una comunidad tribal donde unos cuantos personajes mandan y ordenan según sus caprichos y conveniencias. Este pueblo en todas sus regiones y ciudades es inteligente, maduro y libre, pero además tiene memoria.
Esta bendita Patria es de todos los bolivianos y de nadie en particular. “Esta Patria es ara y no es pedestal ni escala”, como dijera el ilustre patricio José Carrasco Torrico.
Ahora es oportuno que los políticos, de uno y otro frente, recuerden el mensaje dirigido a los bolivianos por el gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre: “En el retiro de mi vida veré mis cicatrices y nunca me arrepentiré de llevarlas cuando recuerde que para formar a Bolivia preferí el imperio de la ley a ser su verdugo o su tirano”.
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