El término museo viene del latín: museum y según la lengua española es un lugar donde se guarda objetos notables pertenecientes a las ciencias, letras y artes liberales, su origen viene del templo de la “musas”, ya que éstas eran el símbolo de las artes. Ya en la Edad Media aparecieron como tales, al reunir en sus castillos las obras de arte y más aún con el Renacimiento en el que se dio un notable impulso a la obra de los artistas, de ahí a este tiempo en que son repositorios del ingenio y creatividad humanos.
En la pasada semana, el oficialismo inauguró un museo dedicado al presidente del Estado Plurinacional, en el que se exhibe los ponchos y otras indumentarias que las comunidades indígenas suelen obsequiar a los visitantes importantes y, por supuesto, a los dirigentes políticos en el ejercicio del poder. Seguramente el presidente del Estado Plurinacional que viaja dos tercios o más de los días del año, ya sea al exterior o en su permanente campaña electoral al interior, ha recibido gran cantidad de esta indumentaria, de uso tradicional en los países sudamericanos en los sectores sociales mestizos e indígenas. Además de gran cantidad de sus retratos en su constante desplazamiento por los pueblos, en los que echa discursos sobre sus ideas personales atacando a sus opositores y al sistema liberal capitalista y a la primera potencia mundial.
Seguramente en tal museo, para justificar la millonaria inversión, se le ha añadido algo que tiene que ver con la cultura de los pueblos precolombinos, que ya en el siglo pasado se destacó en la pintura de Cecilio Guzmán de Rojas y otros artistas que han destacado los rasgos étnicos de los indígenas, y en el museo Tiahuanacu están en exhibición las huacas y chullpas de los pueblos indígenas, como en otros museos arqueológicos.
Lo cierto es que en este régimen se ha construido una figura caudillezca que entrega obras en todo lado -antes lo hacían las autoridades departamentales o municipales-, que todos los días está en la televisión y radios estatales, que la principal función de los ministros y otras autoridades es la de echar incienso al caudillo, al que le hacen himnos algunos militares que luego son premiados, al que le han declarado doctor “Honoris causa”, le han dedicado varios libros, etc. como “nunca antes” en nuestra historia. De tal suerte que el presidencialismo caudillista -considerado uno de los males de nuestra historia política- ha tenido en este régimen su máxima expresión.
No olvidemos que la doctrina cristiana, de boca de Cristo, nos enseñó la necesaria humildad, y cuanto se está más arriba, la humildad debe ser mayor, pero indudablemente esta conducta responde a espíritus superiores, lo corriente es que a mayor poder, mayor soberbia.
No obstante de la política caudillista del régimen, que sigue la línea de los países de regímenes de gobierno populistas, en los que el poder debe ser para siempre, el desgaste de éstos, no obstante los altos precios de materias primas, es notorio, así en una encuesta realizada para un periódico colega, más del 60% reprueba la posibilidad de la reelección del presidente candidato.
Sería oportuno que en los años que todavía quedan al gobierno, se dedique esfuerzos públicos y, por supuesto, recursos públicos, a mejorar los niveles de atención en salud, educación y fundamentalmente la creación de empleos, para evitar la pobreza y la migración al exterior, dejando de lado las obras “faraónicas” que insumen millonarios recursos económicos, pero que no generan empleo sostenible y son de dudosa rentabilidad, cuando no generan pérdidas, como el teleférico en nuestra ciudad.
El “buen gobierno”, que es el camino al desarrollo y progreso de los pueblos, es resultado de políticas que responden a la realidad nacional y no a la voluntad de los caudillos que creen que lo saben todo y a veces saben muy poco.
Los grandes hombres de la historia política de nuestra patria, como Sucre, Santa Cruz en el Siglo XIX y Paz Estenssoro en el XX, que han dejado huella en la historia, apenas son recordadas, menos homenajeados, de tal manera que construir un museo al presidente de turno, es un exceso.
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