Augusto Vera Riveros
No podría existir atentado más ruin en el difícil oficio del periodista, que desinformar al lector, si se trata de prensa escrita. El desapasionamiento en la labor informativa es el presupuesto del que ningún comunicador puede sustraerse. Quien conoce los recovecos de nuestra turbulenta historia, sabe que desde el nacimiento mismo de la República han proliferado hasta la actualidad centenares de publicaciones que han tardado más en imprimirse una que otra edición, que en desaparecer del espectro social.
Es que el interés político y su adscripción a determinadas “ideologías” tan pasajeras como insustentables, han hecho que pasquines hayan asestado duros golpes al sublime oficio de informar y orientar. ¡Imperdonable forma de concebir el periodismo!, si consideramos que su influencia en nuestro medio, como en cualquier otra sociedad civilizada, contribuyó decididamente, injuria de por medio, a la inestabilidad política, al encono, a la intolerancia, al odio intestino, cuando no al derramamiento de ríos de sangre, especialmente en los primeras décadas de la independencia, marcadas nítidamente por la sucesión de estériles alzamientos, conatos subversivos, cuartelazos, sublevaciones, sin dejar de lado fraudulentas elecciones presidenciales.
El desenfreno de sus redactores, que no sabían de más principios que el abyecto servilismo a los caudillos encaramados en el poder ni de más valores que la inclemencia ante la derrota del adversario, ayudó a gobiernos nefastos encabezados por traficantes de los más altos intereses de la incipiente nación.
Está claro que todos deben tener y tienen tendencias político-ideológicas, pero cuando del ejercicio del periodismo se trata, se debe apuntar a directrices de honestidad intelectual y probidad moral, constituyéndose en rectores de la ilustración, jamás en directores de la parcialidad, desterrando absolutamente la mentira, nunca publicando medias verdades. Detractar la injusticia y el abuso del poder debe ser el fin.
Poco antes de que el país cumpliera su octogésimo aniversario de independencia, entra en el escenario de la prensa nacional EL DIARIO, cuya primera edición sub editorializa su línea periodística haciendo énfasis en el aporte trazado en aquel lejano 1904, en el campo de la política, dando a conocer su voluntaria decisión de “…actuar con independencia absoluta y procediendo conforme a los dictados de un criterio, sino ilustrado y exento de error, al menos sano y honrado”. Y es que superar con amplitud la centuria de existencia no solo es un mérito per se, es más bien virtud, haber irrumpido en la conciencia del -entonces- aún elitista estrato de lectores, con una nueva manera de hacer periodismo, asumiendo los peligros que ello representaba, a causa de las irreconciliables posiciones de liberales y republicanos, la gran influencia de las oligarquías mineras y otros ingredientes de ese convulso capítulo histórico, que demandaban integridad en todo ámbito de formación humana, única virtud de la que puede derivar independencia periodística, que el Decano de la Prensa Nacional supo sostener, no tanto por su proclamación inicial sub titulada: Sin amore nec odio, cuanto por la innegociable determinación de su fundador y único mentor, que el correr de los años y la procacidad de quienes -salvo excepciones- han detentado el poder, no han menoscabado.
Ejercer el periodismo con pasión no es lo mismo que apasionarse periodísticamente con posiciones sectarias.
¡Honor y gloria a don José Carrasco Torrico!
El autor es jurista y escritor.
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