Las derrotas en elecciones

En democracia la opción electoral es la definitoria para cualquier diferencia política. Por tanto, cuestionar sus resultados es incomprensible, a menos que se utilice esa vía con la presunción de que se tiene segura la victoria. Esto, en otras palabras, sería un simple acomodo y no una veraz conciencia sobre el valor del voto, sea en el nivel o la ocasión en que se recurre a este medio.

Cuando esto sucede queda al desnudo el hecho de que es una forma de aprovechamiento de la democracia, porque en el fondo se pone de manifiesto ser poseedor de un espíritu autocrático, cuya verdadera expresión es el absolutismo o en términos más sencillos la dictadura.

Al presente, se está experimentando en el país que el oficialismo no admite su derrota en el referéndum del 21 de febrero de 2016, cuando la ciudadanía se pronunció en contra de una tercera reelección presidencial de Evo Morales, en la consulta general prevista para 2019.

Cómo puede explicarse racionalmente que aquel resultado fue producto de la mentira. De haber tenido ese alcance, entonces quiere decir que todos aquellos que votaron contra una nueva repostulación de Morales estaban incurriendo en mentira, o sea que era una especie de jugarreta colectiva, lo cual es ya excederse en una conceptualización de tal naturaleza.

En definitiva, cuando no se cree en los procesos electorales, es mejor no participar de la política, menos pretender la Presidencia de la República. Pero cuando se opta por esto, se tiene también que estar dispuesto a aceptar el resultado que se produzca, sin lugar a buscar pretextos infantiles, inclusive para negar su valía. Hablar de mentira es carecer de conceptos más serios para desconocer un pronunciamiento cívico.

Es también ofender al sentimiento ciudadano, pues cuando éste acude a las urnas para depositar su voto lo hace con el mayor respeto y conciencia del deber cívico que se tiene y que se lo pone de manifiesto precisamente en las urnas.

Por tales circunstancias, hacer precisamente una celebración contra la presunta mentira ciudadana en el referéndum de 2016 es forzar el lenguaje, caer en lo grotesco, puesto que nadie celebra una derrota. Menos puede merecer una celebración política la mentira.

En el fondo, cuando se tiene estos comportamientos a título de hacer política, lo que se demuestra es una muy modesta preparación sobre la ciencia que entraña esta disciplina, que bien podría expresarse que es la mayor de todas, porque pone en juego el comportamiento y destino de los pueblos civilizados.

Es aventurado y hasta irresponsable incursionar en política cuando no se tiene la formación necesaria. Empero, si por azares de la vida de los pueblos recae el desempeño de la función política en personas sin la necesaria preparación académica, lo atinado y plausible sería que no se aventuren en emitir juicios de valor general.

En estos casos, lo acertado es actuar en el marco de sus reales posibilidades y no pretender dar lecciones de conducta. Lo apropiado es guardar silencio y procurar aprender lo más que se pueda en el terreno que tenga que desenvolverse.

Cuando se actúa con sencillez y prudencia, lo que se consigue es el respeto de los demás y, consiguientemente, adquirir una cierta autoridad o aceptación a lo que pueda opinarse en ese marco de limitaciones, aceptadas por sí mismo y conocidas por los demás.

Llegar a la Presidencia de la República no solo demanda capacidad y habilidad para desenvolverse. Y esto cuenta para el que tiene buena preparación académica e ideológica, como también, con mayor discreción, a quien o quienes no están dotados de ese capital, que se lo consigue no solamente en las trincheras de batalla de las calles o los caminos, sino en los estudios superiores o por lo menos la autoformación cultural pertinente.