Los carnavales de La Paz tienen una fecunda tradición. Para empezar, hay que recordar que esta es una festividad que tiene siglos de existencia en Europa y otros continentes, con sus naturales variaciones entre los países.
A Bolivia llegó durante la Colonia española y, probablemente, más que en otros países vecinos, se le dio mayor acogida, salvo el caso de Brasil que es excepcional, tal vez por el hecho de que era Colonia portuguesa.
En cambio, en Argentina, Chile, Perú y más al norte no se lo celebra, o por lo menos carece del culto que tiene en Bolivia, pues aquí se lo asocia a ciertos rituales religiosos.
Cabe anotar también que al menos en Bolivia, el carnaval tiene distintas manifestaciones en el plano urbano y rural, sin que, empero, en ninguno de ellos, se lo celebre con intensidad y extensión.
Hasta mediados del siglo XX, en Bolivia se celebraba el carnaval durante una semana, lo que implicaba total suspensión de actividades laborales, públicas y privadas.
La fiesta empezaba en las propias familias y en los vecindarios, con la característica del uso de disfraces. Fue en esos trances en que el Pepino se convirtió en el personaje central del carnaval, pues era el disfraz preferido en todos los sectores sociales. A veces había diferencias, la gente con mayores posibilidades económicas usaba el disfraz de pepino confeccionado en sedas de distintos colores. El resto empleaba telas corrientes, pero siempre le daba el colorido del caso.
Un detalle interesante es que el carnaval atraía a toda la familia, tanto a mujeres como a varones. La forma preferida de celebrarlo eran las fiestas nocturnas públicas, vecinales y familiares. La condición era asistir a ellas con disfraces e inclusive con máscaras. Las mujeres, sin embargo, utilizaban antifaces de colores.
El juego en las fiestas nocturnas era con mixtura, serpentina y chisguetes de lociones para rociarlas a las mujeres. Un detalle interesante era que los varones, que eran lo que daban mayor atracción al carnaval, portaban bolsas portátiles de mixtura y serpentina, colgándolas en forma cruzada.
En el día el juego del carnaval era con agua, a veces con exageraciones.
El carnaval era una fiesta que se le organizaba en comparsas, tanto de adultos como de jóvenes.
Entre los jóvenes, que se organizaban en comparsas, incluso contrataban bandas y camiones para trasladarse de un lugar a otro, donde había fiestas.
Las comparsas juveniles, algunas mixtas, nombraban a varias reinas y las que aceptaban la elección ofrecían fiestas en sus casas, pues solían “recibir” a más de una comparsa.
Se nombraban también madrinas, las que en sus casas tenían que desarrollar febril actividad para ofrecer a las comparsas visitantes comida y bebida.
Hay que hacer sin embargo una salvedad. Las comparsas de jóvenes no probaban bebidas alcohólicas, en las casas de las madrinas la bebida que se ofrecía era jugos preparados de frutas, lo que pronto derivó en la aparición de pequeñas bolsas de zumos de jugos para rápida preparación con agua y azúcar.
En el carnaval había dos entradas. El sábado se efectuaba la entrada de comparsas con vestuarios de la ropa más elegante que utilizaban los sectores populares. El domingo se producía la entrada general, con comparsas de adultos y jóvenes disfrazados, acompañadas de bandas musicales.
La población en general se volcaba a las aceras de las vías por donde pasaban las comparsas, con lo que se le daba al carnaval un carácter de festividad masiva, con derroche de entusiasmo, música y bailes. (AZN)
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