PEDAGOGÍA

Gritar al educar es un error


Los padres en algún momento de su vida han recurrido a los gritos como medio para educar a sus hijos, en algunos casos para imponer su autoridad y, en otros, para reprender una conducta que les parece incorrecta. Pero, no se han puesto a pensar que al hacerlo incurren en un grave error que a la larga generará violencia en los niños.

Femenina conversó con las psicólogas de Travezia, Paola Miranda y Marcela Montaño, quienes explican el tremendo error que se comete al gritar al niño ya sea en privado y, peor aún, en público, porque esta acción hará que estos niños sean agresivos, con baja autoestima y propensos a la depresión.

“Si recordamos cómo nos sentíamos cuando nuestros papás nos gritaban, no era bien desde luego, sino todo lo contrario, estábamos tristes, deprimidos e incluso había una situación de rechazo hacia el papá o mamá que en algunos casos puede llegar al odio, porque al gritar no solo decimos lo que está mal, sino que agregamos palabras como eres un tonto o un burro palabras fuertes que hiere a los niños”, explica Miranda.

La psicóloga afirma que la palabra hiere y se queda impregnada en la memoria, en particular si se trata de algo que te gritaron y te ha lastimado mucho, que pese a haber transcurrido el tiempo lo evocamos con tristeza y dolor. El grito no debe ser utilizado como un recurso para educar porque esto baja la autoestima del niño.

“El hecho de gritar eres un tonto, un burro, no sabes hacer nada bien, disminuye la autoestima del menor, provocando que ellos se sientan inútiles, no queridos, lo que crea conductas de aislamiento y provoca que los niños se vuelvan tímidos o, por el contrario, muy rebeldes y pueden llegar a ejercer violencia contra sus hermanos, compañeros de curso e incluso con los animales”, asegura Miranda.

COMPARACIÓN

Si se hace una comparación entre el maltrato físico y el psicológico, está claro que ninguno de ellos es bueno. El golpe deja como rastro un área verde o moreteada, pero la palabra cuando se grita o insulta queda grabada en la mente y el corazón de quien la recibe, por esta razón cuando se la recuerda crea tristeza y mucho dolor.

“Un golpe en el ojo o en cualquier parte del cuerpo queda verde o moreteado y duele hasta que se pierde, a diferencia de la palabra que queda en la memoria y peor aún si son dichas en un momento de rabia como: no deberías haber nacido o me has arruinado la vida. El niño crece con esas frases que marcan su vida y hacen que esas palabras se cumplan portándose mal para llamar la atención”, dice la psicóloga.

Miranda señala que el amenazar e insultar son una forma de maltrato psicológico muy fuerte para el niño y puede ser replicado en su clase con el uso de palabrotas que son motivo de llamadas de atención constantes por parte de la maestra, tanto al niño como a sus padres.

“Al gritarles les estamos dando un mal ejemplo a los niños, porque les hacemos pensar que esa es la forma de solucionar un problema, ellos van a reproducir este aprendizaje entre sus iguales. Al gritar les enseñamos que los problemas se resuelven de esa manera y eso es lo que van a mostrar en la escuela o en sus grupos sociales”, afirma Marcela Montaño.

Un niño que es sometido a maltrato psicológico constante, a través de los gritos, es tímido y retraído, le cuesta interactuar con las personas por miedo a ser tratado de la misma manera como lo hacen sus padres. Situación que hace que los niños se tornen rebeldes, agresivos y caprichosos, explica Montaño.

TERAPIA

“Para educar con amor, sin gritos ni golpes es importante hablar con los niños y explicarles desde pequeños por qué una determinada acción está bien y por qué otra no. La idea es no contradecirse y ser consecuente en lo que se dice a los niños para evitar confundirlos y crear situaciones en que él no sabe cómo actuar”, explica Miranda.

La profesional agrega que el educar con amor a los niños significa marcar los límites desde pequeños, involucra decirles qué está bien y qué está mal y ellos ya sabrán a qué atenerse. Porque si los padres no ponen estas referencias exponen a sus hijos a situaciones de peligro.

“Hay un momento en que la situación por la que se vive, por ejemplo, estrés en el trabajo, con la pareja o en la familia, sirve como detonador en el hogar y hace que explotemos y empecemos a gritar. Ahí es cuando debemos respirar profundo, salir de ese ambiente, contar hasta 10 y tomar conciencia de que si en ese instante llamamos la atención a los hijos no va ser de la mejor manera, sino con gritos e insultos”, enfatiza Miranda.

La situación se complica más cuando el niño hace su berrinche, se pone a llorar y cuando se le grita empeora la situación. Entonces es mejor calmarse y despejarse un rato. Dejar que el niño también se calme, porque esto puede conducir a la violencia física que no es agradable para ninguna de las dos partes.

Ambas psicólogas coinciden en que para educar no es necesario gritar. Si en alguna ocasión se requiere llamar la atención por algún motivo, se eleva un poco el tono con firmeza y de manera positiva se le explica la situación al niño. Esa es la manera en que se debe solucionar cualquier problema.

 
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