[Hernán Zeballos]

Embestidas inútiles


Es el título del capítulo de “Y tú, ¿Por quién combates? Que revela el extraordinario castigo que sufren las tropas bolivianas, frente a una estrategia tozuda diseñada por Hans Kundt, con un enemigo que, por la cooperación de la inteligencia argentina, conocía anticipadamente todo el plan y los puntos de ataque que tendrían nuestras tropas y, por tanto, eran esperados con trincheras muy bien preparadas, además que la correlación de fuerzas era totalmente adversa a Bolivia. Hay que sumar los obstáculos que ponía Chile para el cruce de los envíos de armas a Bolivia, los cuales además eran cuidadosamente inventariados por este país, para enviar el detalle, por intermedio de los argentinos al Paraguay.

A ello se añadían otros problemas en el lado boliviano, como la corrupción, en un momento en el que debían primar los intereses del país. Se movían intereses mezquinos que significaban malas adquisiciones, de armas inadecuadas, municiones de baja calidad, que atentaban contra los propios bolivianos. A ello se sumaban la falta de caminos y la larga y lenta travesía que se tenía que hacer para abastecer de armas, comida y agua.

El siguiente párrafo revela mucho de esa realidad: “en enero de 1993, el frente de batalla estaba concentrado alrededor de los fortines situados al sur de Boquerón. El coronel Estigarribia tenía su comando en el fortín Arce, tomado a los bolivianos en octubre de 1932. Más al sur se encontraban los fortines bolivianos Saavedra y Muñoz, delante de los cuales, en Kilómetro 7, el ejército andino logró contener la ofensiva paraguaya. Al este de los fortines bolivianos se encontraba el reducto guaraní Nanawa, el comandante Estigarribia, conocedor de los planes bolivianos gracias a los espías argentinos en La Paz, reforzó sus posiciones en dicho fortín, rodeándolo con trincheras construidas con ramas de quebracho, largos muros de algarrobo espinoso, alambradas y minas explosivas en los claros de los pajonales por los que debía atacar la infantería. Luego esperó confiado el ataque”.

“A las 06:00 de 20 de enero de 1933 ni un segundo antes ni un segundo después, tal como quería Kundt, un cañonazo indicó a la tropa boliviana que era tiempo de morir”.

El resultado: “el campo alrededor de Nanawa estaba cubierto de cadáveres de soldados andinos que, después de semanas de ser lentamente abrasados por el sol, se convertían en momias, cuyas sonrisas amplias y grotescas escarnecían a los atrincherados. Las moscas y hormigas disputaban con los pájaros carroñeros su ración de alimentos y devoraban los cadáveres hasta que solo quedaban blancos esqueletos con lonjas de cuero seco colgando de sus huesos”.

Si bien los bolivianos heroicamente tomaron Nanawa por unos pocos días, el coronel Estigarribia ordenó expulsar a cualquier costo a los bolivianos del terreno que habían conquistado.

Resultado: “el furioso chiflón de fuego, acero, pedazos de árboles y restos humanos azotó Nanawa sin descanso hasta que el 8 de julio cesaron los ataques bolivianos. En la tarde de ese día, el coronel Estigarribia leyó el parte de sus comandantes: 160 muertos y 397 heridos. Dos días después Kundt leyó el parte detallando sus bajas 1.500 muertos y 397 heridos, 200 prisioneros o desaparecidos. El comandante boliviano en seguida preparó un reporte al presidente Daniel Salamanca explicando que sus jefes fracasaron en el intento de tomar Nanawa debido a que no siguieron sus órdenes”.

A centenares o miles de Km., en la cancillería de Argentina, en las oficinas del Congreso de los Estados Unidos, se movían los verdaderos intereses de esta guerra. Argentina explicando sus razones de por qué apoyaba a los paraguayos: “nuestras empresas controlan el 80 por ciento del aparato productivo paraguayo y si ellos perdieran la guerra con Bolivia, nuestras inversiones se verían afectadas”.

En Washington se debatían los intereses de dos grupos petroleros indirectamente envueltos en esta guerra, la Dutch Oíl, que apoyaba los intereses paraguayos y la Standard Oíl interesada en el futuro petrolero del Chaco.

Uno puede concluir que los grandes intereses empresariales de uno y otro lado, son los que mueven los hilos de la guerra, mientras los pueblos de dos países subdesarrollados ponen los héroes y los muertos. Como reza el viejo Cambalache: “el mundo es una porquería”…

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