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Arturo D. Villanueva Imaña
El 21 de Febrero (21F) se ha convertido en una fecha emblemática para Bolivia. Marca al mismo tiempo el triunfo y la derrota. Triunfo de una mayoría nacional que decidió rechazar y negar en referéndum la pretensión oficialista de modificar la Constitución Política del Estado para prorrogarse en el gobierno y conservar el poder a toda costa. Y derrota, porque se trata del revés electoral y político más importante que ha sufrido el gobierno de Evo Morales, acostumbrado a tener un respaldo social importante. El asunto no es menor, porque al margen de marcar un quiebre en su popularidad (que además ha contraído la agudización de una severa crisis interna que ya se estaba fermentando por anteriores decisiones cuestionadas), también coincide con las sucesivas derrotas y contrapiés electorales que han sufrido otros gobiernos sudamericanos, llamados progresistas, que han sido sucedidos por regímenes claramente derechistas y hasta reaccionarios. Es decir, una coincidencia que ha dado pie para que se sustente la idea del fin de ciclo de los gobiernos populistas en la región.
Ante la obsesiva como tozuda insistencia gubernamental de conservar y prorrogarse en el poder, a pesar de haber perdido un referéndum nacional expresamente convocado y constitucionalmente vinculante que ya dijo NO el año 2016; el 21F reciente en Bolivia (que por medio de las manifestaciones y movilizaciones oficialistas y opositoras que salieron masivamente a las calles, permitió comparar ambas fuerzas), viene a constituirse en una especie de instrumento de pronóstico y termómetro de lo que podría suceder el año 2019, cuando se realicen las elecciones nacionales.
Más allá de las apreciaciones, siempre subjetivas, acerca de quiénes tuvieron mayor convocatoria (en una pulseta desigual entre una autoconvocatoria ciudadana diversa como espontánea y totalmente voluntaria, frente a un despliegue obligado que utilizó todos los medios y recursos del aparato estatal para movilizar a su gente); hay que señalar que la misma respondió a la obstinada como recurrente actitud gubernamental, que busca polarizar y tensionar la sociedad en su vano intento por inducir el falso criterio de que fueron unas mentiras (dice que propiciadas por el imperio y algunos periodistas independientes), las que ayudaron a distorsionar el voto del pueblo y elegir equivocadamente. En respuesta a semejante artimaña, las manifestaciones ciudadanas que se produjeron en varias capitales, mostraron nuevamente en las calles la misma fuerza que ya se había expresado hace un año en las urnas. Es decir, se volvió a ratificar multitudinariamente, lo que ya se había decidido un año antes en el referéndum.
De esta situación se puede extraer algunas consecuencias y conclusiones. La primera, que muy en contrario del efecto tan expresa como ansiosamente buscado por el oficialismo en forma sistemática, para polarizar la sociedad en dos fracciones francamente contrapuestas (lo que de paso les beneficiaría de partida porque lo mostraría como si tuviese un respaldo de al menos un 50% de la población); resulta que ha sido muy claramente anulado y desmentido, en vista del surgimiento espontáneo de una tercera fuerza, independiente, que expresa y explícitamente se ha pronunciado en contra de Evo Morales y el oficialismo, como al mismo tiempo de los partidos y sus jefes tradicionales de derecha, cuyos gobiernos neoliberales ya fueron expulsados hace años. Es decir, y aun cuando hasta los medios de comunicación (haciendo coro al propósito masista), se esfuerzan por mostrar como si existiese una sola oposición; en la práctica y a decir de las innumerables voces, colectivos, plataformas y movimientos sociales que acudieron a expresar su voz en las calles este 21F, se puede comprobar que aquella polarización únicamente entre dos fuerzas, no existe.
Esa primera constatación que anula el enfrentamiento entre una supuesta “izquierda” (que mañosamente quiere autoatribuirse el oficialismo), frente a una oposición de derecha (representada por los partidos tradicionales y sus jefes), nos lleva a establecer una segunda conclusión y consecuencia: el surgimiento de una tercera fuerza independiente que se contrapone y rechaza ambas dos fuerzas que pugnan por encaramarse y reproducirse en el poder.
A pesar de la diversidad y multiformidad de tendencias que componen y circunstancialmente coinciden en esta tercera fuerza social que se ha expresado tan ruidosamente el 21F, su importancia radica en la cantidad y la masa crítica que la compone. Volveremos más adelante para señalar algo respecto de su potencia política.
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