Gonzalo Fanjul
La imagen se repite cada mañana. Un tumulto apresurado de trabajadores abandona los vagones del Metro tratando de alcanzar la salida. En el camino se ven obligados a sortear a una pareja de policías de paisano que revisa con aburrimiento la documentación de un africano, mientras otros inmigrantes son retenidos en un lado a la espera de su turno. Por unos instantes, quienes están dentro del círculo cruzan la mirada con los que hasta hace unos minutos habían compartido el vagón camino del trabajo. Pronto los últimos pasajeros desaparecen del andén, dejando atrás una escena que olvidarán antes de llegar a la calle.
Ninguno de nosotros piensa que habita sobre una frontera y sin embargo eso es exactamente lo que hacemos. Son las fronteras líquidas, invisibles, que definen los No Lugares y a quienes los habitan. Son espacios físicos de negación de derechos, pequeños Estados de excepción en los que todo vale porque el Otro nunca fue invitado. O, sencillamente, porque nunca fue. Son espacios que ya conocemos.
En otro tiempo, y aún hoy, en demasiados sitios, el sexo, el color de la piel o la clase social establecieron barreras insalvables entre Ellos y Nosotros. Lo que hoy nos parece inconcebible fue cotidiano en algún momento, cuando nuestros antepasados aceptaron la servidumbre de sus vecinos o la discriminación política de sus mujeres e hijas. Cuando nos pareció natural recluir a un homosexual en un sanatorio o establecer aceras solo para blancos.
Lo sorprendente es que todo aquello que encontramos aberrante en estas situaciones resulte aceptable cuando la diferencia la establece una condición administrativa derivada de la nacionalidad. La convivencia cotidiana con un sistema que somete a los extranjeros al acoso institucionalizado se basa en la certeza de que Ellos no son Nosotros. Solo de este modo podemos aceptar la reclusión sin garantías de una madre de familia, la tortura sutil de los controles raciales, la negación del derecho a la salud, el extrañamiento de la protección institucional. Solo no siendo Ellos se explica que no nos rebelemos cada día contra esta forma adaptada de apartheid, contra esta melancolía decimonónica que apuntala una sociedad donde seres humanos y fantasmas conviven separados por una línea invisible que nos permite ser compasivos, crueles o simplemente ajenos, pero nunca ser lo mismo.
Por eso no es la compasión, sino la asimilación, la que pondrá fin a los No Lugares. La certeza de que Ellos son Nosotros desanudará las soluciones políticas y administrativas que ahora nos parecen implanteables; aunque solo sea porque cualquier alternativa nos parecerá inconcebible. Es una guerra larga, cuajada de derrotas hasta una victoria que nosotros posiblemente nunca veamos. Pero porque hemos estado en otros No Lugares sabemos que es posible escapar de ellos. El camino empieza aquí, ahora.
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