Clepsidra
Con la misma fatídica recurrencia con la que el carnaval azota a nuestra patria desde hace 138 años, cuando se nos privó del agua salada, hasta este último jolgorio en que se nos priva del agua dulce, las recientemente pasadas carnestolendas han servido para aprobar una ley inmoral mediante la cual se amplía discrecionalmente la superficie de las plantaciones de coca, bajo el pueril argumento de que nuestra adicción por el acullico ha trepado a límites exorbitantes.
En efecto, la nueva Ley General de la Coca a ser promulgada en breve por el Presidente establece que las zonas de producción de la coca autorizada serán de hasta 14.300 hectáreas en La Paz y 7.700 hectáreas en Cochabamba, creando un total cultivable de 22.000 Has. Haciendo honor a su apellido, el ministro César Cocarico manifestó que dicha proyección se hizo con base en un estudio del año 2012, con proyección al año 2017.
Que sepamos, el estudio Integral de la demanda de la hoja de coca en Bolivia efectuado por el Consejo Nacional de Lucha contra el Tráfico Ilícito de Drogas, con el apoyo de la Unión Europea, que concluyó el año 2012, determinó que el área que se requería para satisfacer la demanda es de sólo 12.000 hectáreas y no de 22.000 como afirma erróneamente el Ministro de Desarrollo Rural y Tierras.
Por su parte, el estudio que fue presentado por el entonces viceministro de Defensa Social y Sustancias Controladas, Felipe Cáceres, ante la Organización de Estados Americanos (OEA), en el quinto período ordinario de sesiones de la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (Cicad), realizado entre el 29 de abril al 1 de mayo de 2014, apuntaba una superficie total de 14.705 Has.
Ante estas consideraciones, creemos que es contraproducente emitir o promulgar una ley que mañana sirva de aliciente a las mafias del narcotráfico para extender su dominio sobre nuestro territorio, pues ello, además de abrir las compuertas de la tolerancia a una actividad ilícita y delictiva, contribuirá al desequilibrio de nuestro ecosistema, como ya viene sucediendo con nuestra otrora idílica región yungueña.
Bajo el sofisma de que la coca no es cocaína y sabiendo que éste es el alcaloide más importante de la hoja que toca las fibras morales más sensibles del género humano, baste echar mano a un simple “sinlogismo” que echa por la borda todo justificativo creado por los narcos y que no permite mayor discusión: “si la coca no es cocaína, y la cocaína se elabora a partir de la coca, entonces, la cocaína es coca”.
De continuar con esta política, sólo faltaría que tratemos de acudir a la UNESCO para que, en medio de las obras maestras que integran su patrimonio cultural y que dicho organismo considera relevantes, incluya a nuestra hoja sagrada como patrimonio oral y tangible de la humanidad.
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