Jorge V. Ordenes-Lavadenz
La tala perniciosa de bosques en las selvas de Bolivia ha aumentado en forma alarmante y no hay quién le ponga coto. Mientras tanto el gobierno de Bolivia, obsesionado con el campo, autoriza siete mil hectáreas adicionales para el cultivo de cocales en el Chapare aduciendo un posible uso industrial de la coca que hasta el momento ha probado ser una quimera… y un sucedáneo de producción de cocaína con entretelón político, sobre todo ante el peso popular del 21F y el no a la reelección de S.E. quién, además, se ha mostrado molesto por atrasos en la construcción de la planta hidroeléctrica San José que ¡ajá! también está en el Chapare. Todo esto mientras la exportación de quinua cae veinticinco por ciento en 2016, por ahí van el sésamo y la chía.
Hace una década el movimiento “Salvemos la selva húmeda” logró disminuir la deforestación en la cuenca del Amazonas sobre todo en Brasil, pero la tala ha vuelto con vigor incluso en Bolivia para satisfacer la demanda de soya y otras cosechas en detrimento de (1) la biodiversidad de los bosques que urge conservar, y (2) la lucha contra el calentamiento climático. Los bosques generan oxígeno que contrarresta el efecto negativo de dióxido de carbono, CO2, que contribuye nocivamente al calentamiento de la atmósfera y a la acidificación de los océanos.
El diario The New York Times del 27 de febrero decía que hace unos meses un representante de Carhill llegaba a la localidad de Colonia Berlín, en el oriente boliviano, con una tentadora oferta de comprar soya que por esa zona la cultivan los menonitas que al parecer vienen talando bosques desde hace cuarenta años. La oferta incluía la construcción de un depósito y la instalación de una balanza de modo que las ventas de soya fueran directas a Carhill.
El gigante estadounidense en su página web dice que está decidido a terminar con la deforestación en Bolivia y Brasil, reduciéndola a la mitad hasta 2020 y eliminándola hasta 2030. También dice: “Nuestro trabajo en deforestación está relacionado con nuestras metas de incrementar la seguridad alimentaria y mejorar el nivel de vida de los agricultores.”
¿Será? Carhill es tan grande que quizá la mano derecha no sabe lo que hace la izquierda, o prefiera no saberlo. Desde ya hasta 2030 se puede acabar con los bosques orientales bolivianos con un costo inconmensurable tanto para la ciencia y los posibles remedios que los bosques albergan, como los muy necesarios antibióticos que hoy hacen falta más que nunca para combatir bacterias resistentes a los medicamentos conocidos. Carhill es comprador de soya a como dé lugar.
El diario estadounidense añade que el presidente Morales de Bolivia, un socialista, propugna la “soberanía alimenticia” pero descuida la protección de bosques al proclamar la necesidad de deforestar catorce millones de acres hasta 2025 para convertirlos en áreas de cultivo que seguramente ha de incluir soya de exportación. Luego cita a la escuela graduada, Insead de Fontainebleau, Francia, diciendo que los niveles de emisión de gas invernadero de Bolivia exceden los de varios países europeos pese a tener un ingreso per cápita inferior.
La deforestación causa más del 80 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono de Bolivia. ¿La causa principal? El cultivo de soya, la mayoría de exportación, que ha aumentado más del 500 por ciento desde 1991 alcanzando a cubrir 3,8 millones de hectáreas en 2013. El artículo incluso cita al Director Ejecutivo de Instituto Boliviano de Investigación Forestal diciendo que: “el bosque se considera terreno inservible que necesita convertirse en servible”… “la presión tras el desarrollo económico es muy fuerte.”
De ahí a conversar de ciencia y medicinas, y del efecto invernadero que acosa al planeta, con los bolivianos que persiguen el “desarrollo económico” a como dé lugar, quizá sea mucho pedir en un país donde la falta de educación seria de todo nivel ha dejado históricamente qué desear y continúa dejándolo.
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