Miriam Barroso Trigueros
Los adolescentes envían una media de 100 mensajes de texto al día. El 21% de los jóvenes está en riesgo de convertirse en adicto a las nuevas tecnologías. No controlar esta conducta puede afectar al trabajo y a las relaciones personales. “La tecnología ha hecho que estemos experimentando una huida de la conversación cara a cara”, señala Sherry Turkle, psicóloga y profesora del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
La conversación es fundamental para la democracia y los negocios, además favorece el desarrollo de la empatía y es esencial para el aprendizaje y la productividad. Sin ella, dice Turkle, “perdemos nuestra humanidad”. En su libro En defensa de la conversación señala que los niños que crecen rodeados de las nuevas tecnologías son menos empáticos e incapaces de darse cuenta cuando hieren los sentimientos de los demás. Pero no solo los niños, los adultos que pasan mucho tiempo conectados también tienen menor capacidad para identificar sentimientos y son menos creativos.
“Los padres se quejan de que sus hijos no quieren hablar con ellos porque están ocupados con el teléfono a la hora de comer, mientras que sus hijos se quejan de que sus padres hacen lo mismo”, afirma. Esperamos más de la tecnología que de las personas, hemos decidido cambiar la conversación por conexión. En ocasiones tratamos a las máquinas como si fueran humanas y a los seres humanos como si fueran máquinas.
Nueve de cada 10 estudiantes afirma enviar mensajes de texto en clase. El 80% duerme con sus móviles y un 44% admite que nunca lo desconecta, según una encuesta realizada en 2013. Surge un nuevo ser multitarea incapaz de concentrarse en una sola. El 66% de los trabajadores que participaron en una encuesta afirmaron no ser capaces de concentrarse en una sola cosa debido a las nuevas tecnologías. Y es que para recuperar la conversación primero hay que empezar por recuperar la atención.
Estos datos esconden una realidad y es que el ser humano busca la presencia de dispositivos interactivo para evitar sentirse solo. Existe una estrecha relación entre la huida de la conversación y la huida de la soledad. Las personas tienen miedo a quedarse a solas con sus pensamientos. Esto se hace evidente en la cola del supermercado, en el metro o en un semáforo en rojo, la gente no se permite tiempo para reflexionar. “Para poder hablar con los demás hay que poder hablar con uno mismo”, añade la autora. Estamos a tiempo de recordar quienes somos, criaturas con historia. Criaturas de conversaciones arriesgadas y de cara a cara.
La autora de esta nota es periodista.
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