Debo empezar por decir que me siento bastante desilusionado por la juventud actual. Prefiere la distracción en los teléfonos celulares o en las computadoras y el alcoholismo. En tanto, no se percibe nada de creatividad, que es producto del conocimiento o de talentos excepcionales.
En Bolivia hay suficiente inteligencia, pero casi no se la utiliza, pues son contados los creadores que, deplorablemente, tampoco reciben el reconocimiento y el apoyo necesarios para avanzar en sus ideas y llegar a concretarlas, por falta de estímulos en el medio, de las universidades y del propio Estado.
En este tiempo de tantas singularidades, es muy válido el título del libro que publicó el año pasado el comentarista internacional Andrés Oppenheimer, que dice simple y llanamente: ¡Crear o morir!
Pocos saben, por ejemplo, que Steve Jobs, genio de la informática, mediante la empresa Apple, vivía en un garaje, pero se dio modos para sobrellevar sus falencias materiales y alcanzar la cima de los triunfadores.
Si bien el enriquecimiento de los conocimientos es de gran mérito y admiración, la realidad exige también la acción, el trabajo, el esfuerzo y hasta el sacrificio. Todo radica en ir venciendo estas y otras etapas, pero sin desmayos.
Una y otra vez hay que tentar en realizarse, no para su intimidad, sino para lucirla ante el público con sus logros y realizaciones. En esto, el tiempo es vital, no hay que perderlo en sueños, descansos ni recogimientos. Hay que actuar a la luz del día, en medio de la gente y compartiendo inquietudes y frustraciones con los demás.
A los jóvenes de hoy, de ambos sexos, se los ve prendidos de sus celulares por las calles, el transporte público o bajo techo, pero sin inquietarse por aprovechar los conocimientos para crear. Ahora, en este tiempo, del que se es protagonista o simplemente observador infatigable, pero improductivo.
Lo poco o mucho que se sabe hay que lucirlo, compararlo y competir, sin necesidad de abrir la boca sobre lo que se hace, pero sí cuando se logra un hallazgo, darlo a conocer, compartir con los demás. Tal como lo hicieron los creadores de este tiempo del conocimiento.
Vuelvo a Oppenheimer, porque como periodista ha logrado la singularidad, al punto de que hoy es también un pensador y productor de cuanto logra saber leyendo, entrevistando, viajando y, finalmente, escribiendo, para ver físicamente sus frutos, ya sea publicando libros, artículos o dando conferencias.
Todo ello lo induce a ser optimista y a expresar la esperanza de que América Latina puede y deber ser innovadora, porque de no hacerlo pasará desapercibida como continente de 400 millones de habitantes, o sea que numéricamente está por encima de la gran potencia mundial, Estados Unidos, que a pesar de tener a 50 millones de latinoamericanos, su población total gira en los 300 millones.
Empero, en este tema que abordamos, los números están para citarlos, pero no para suponer que depende de ellos para ser grande o tener creadores en abundancia, aunque éstos pasan casi desapercibidos porque se duermen en sus laureles.
Si acaso el genio no le alcanza para mucho, por lo menos en los trabajos ordinarios hay que empeñarse en avanzar lo más que se pueda, aportando los esfuerzos de madrugar temprano y trabajar hasta tarde de la noche. Es decir, dedicar los días a la acción, aunque no se consiga mayores réditos. Con ello se consigue por lo menos la tranquilidad de espíritu.
Más todavía, acogerse al pensamiento de Oppenheimer: “Crear a morir”. El crear no hay que entenderlo como ser inventor ni algo por el estilo, sino ser activo, diligente y gozar de una satisfacción íntima con lo poco o mucho que se hace todos los días, sin bajar los brazos ni soñar con grandezas. La vida sencilla, sin complicaciones generadas por sí mismo, es grata y llevadera, aunque el tiempo le esté pisando los talones.
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