• El director del FBI declaró en su comparecencia pública que hay pesquisas sobre el nexo entre el Kremlin y el equipo del Presidente de Estados Unidos.
En su comparecencia ante la Cámara de Representantes, el director del FBI, James Comey, no sólo desmintió ayer la acusación de que Barak Obama hubiese grabado a Donald Trump, sino que admitió que su departamento investiga los nexos entre el Kremlin y el equipo del multimillonario. Unas pesquisas cuya mera existencia ponen contra las cuerdas al mandatario y resucitan el espectro de Vladímir Putin en la Casa Blanca. “Si es cierto, estaríamos ante una de las mayores traiciones a la democracia”, afirmó el congresista demócrata Adam Schiff.
El futuro del presidente de Estados Unidos se juega ahora mismo fuera de la Casa Blanca. Dos comités parlamentarios y el propio FBI investigan la trama rusa.
El primer paso en este gigantesco cerco se dio hoy en la Cámara de Representantes. Su Comité de Inteligencia, bajo control de los republicanos, llamó a declarar a Comey y al director de la Agencia de Seguridad Nacional, el almirante Michael S. Rogers.
Ambos fueron interrogados con hierro en la mano. Se les preguntó y repreguntó a favor y en contra de Trump. Las filtraciones a la prensa, las conexiones con el Kremlin, los motivos para investigar… Todo cayó bajo el fuego cruzado de los congresistas.
Tanto Comey como Rogers se mantuvieron firmes. No dieron detalles y evitaron hacer público cualquier atisbo de información secreta. Pero en el caso del director del FBI saltó la chispa.
En contra de la tradición de no informar sobre investigaciones en curso, decidió saltarse la norma. “En estas circunstancias extraordinarias, dado el interés público, es apropiado hacerlo”, dijo. Y fue entonces cuando prendió las dos mechas.
COMEY Y ROGERS
Primero, dejó en evidencia a Trump al señalar que no hay pruebas de que el republicano hubiese sido espiado por orden del anterior presidente. “Qué bajo cayó el presidente Obama al grabar mis teléfonos durante el sagrado proceso electoral. Esto es Nixon/Watergate”, escribió el 4 de marzo Trump. Comey respondió: “Lo hemos revisado cuidadosamente y no tenemos información que dé fundamento a esos tuits”.
Después, confirmó la existencia de la investigación sobre la trama rusa. “Indagamos si hubo coordinación y si se cometió delito”, indicó. Una posibilidad que Comey y Rogers ensombrecieron aún más al recordar que las agencias secretas rusas volverán a interferir en las próximas elecciones presidenciales. “Una de las lecciones que sacaron es que fueron exitosos generando caos y discordia”, afirmó el director del FBI.
ONDA EXPANSIVA
La onda expansiva de estas declaraciones no tardó en hacerse notar. La Casa Blanca negó cualquier nexo con la trama rusa. “Investigar y tener pruebas son cosas distintas”, dijo el portavoz Sean Spicer.
El propio Trump trató de contraprogramar. En una serie de tuits, ofreció una versión favorecedora de las declaraciones de los responsables del FBI y la NSA: Rusia no influyó en la campaña, las filtraciones de información secreta han sido “inusualmente activas” y Obama espiaba a los ciudadanos.
PREOCUPACIÓN DE LA CASA BLANCA
Fue una interpretación defensiva y poco detallada, pero que mostró la preocupación de la Casa Blanca ante unos hechos cuya dimensión ya supera el ciberataque que los rusos emprendieron contra Hillary Clinton en plena campaña. La pregunta general es si el equipo del presidente estuvo implicado. Una cuestión que habría muerto sola sino fuera por los escándalos que han aflorado en el último mes y medio.
En pasado febrero, el consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, tuvo que dimitir al conocerse que ocultó que había negociado con el embajador ruso en Washington la respuesta a las represalias de Obama. Y semanas después, el fiscal general, Jeff Sessions, y responsable último del FBI, se vio forzado a recusarse de cualquier investigación abierta sobre la conexión rusa. El motivo: haber mentido al Senado sobre sus reuniones con el legado ruso.
“Es posible que todos estos eventos e informaciones estén completamente desvinculados y no sean más que una desafortunada coincidencia. Es posible. Pero también cabe que no estén desconectados. Entonces estaríamos ante una de las mayores traiciones a la democracia de la historia”, afirmó el demócrata Schiff (EL PAÍS).
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