El arte de mentir

M. Nelson Jordán Wayar

He transcrito anteriormente la leyenda Celta que nos reseña Mario Roso de Luna, cuando sabiamente nos relata que “Cierto día la mentira sorprendió adormecida a la verdad y la despojó de sus albas vestiduras, cubriendo con ellas las hipócritas lacerías, para poder presentarse así a los incautos hombres, disfrazada de verdad pura. Tan tristísimo día semejante trueque fue el último de la edad de Oro, porque la pura Verdad, que antes reinaba como única soberana, había sido suplantada frente a los mortales por la propia Mentira. La infeliz Verdad, aunque despojada de sus preeminencias, no por eso dejó de presentarse a los hombres: Nadie podía soportar cara a cara la vista esplendorosa de la Verdad desnuda, mientras se rendía toda suerte de bajos homenajes a la entronizada Mentira”.

Esta leyenda Celta de Isabaeu, Isabel o Isis, nos advierte un simbolismo frecuentemente utilizado por ciertos sectores de nuestra sociedad, cuando mienten utilizando a la verdad despojada de esas albas vestiduras. Estarían utilizando un antivalor, considerando que va contra principios morales ante la inevitabilidad de la realidad que nos circunda. Muestran, cínicamente, que es otro el sector que miente. Aunque nuestra población entienda o intuya quién tiene la razón, ha cobrado miedo la posibilidad de manifestar su parecer abiertamente, por las represalias que eventualmente podría sufrir. Las razones por las cuales se miente, pueden ir desde la posibilidad de recibir un beneficio, eludir una responsabilidad posterior o inculpar a quien realmente no tiene culpa alguna.

Sin embargo, dejémonos de pamplinas y olvidemos por un momento el tema moral de la mentira (aunque parezca imposible separarla). Es como decir, incautamente, en Bolivia la justicia es independiente, es equilibrada, los jueces son probos, los políticos hacen lo que piensan y dicen la verdad cuando desmienten una vil calumnia. No hablamos de mentiras piadosas, mentiras que eviten un mal mayor mediante una mentira menor. Hablamos de mentiras grandes y graves que dañan a todo un país, no solo en el reflejo de una mala imagen, sino de mentiras que dañan las estructuras y bases físicas, mentales, espirituales de Bolivia. El enfermizo deseo de poder conduce, a la mente de ciertos sectores políticos, a manejar la mentira como un instrumento de su política, como si la Ciencia Política se hubiera formado tomando en cuenta a la mentira como columna vertebral de esa ciencia, como asignatura primordial y previa antes que otras.

Y ahora se compite en política con base en la mentira; pero la mentira, si es que ha de ser utilizada, debe ser una verdadera obra de arte, tanto que puede ser creíble, si queremos aceptarlo de ese modo. Puede ser una gran idea y puede también llegar a ser genial locura, pero cuando la mentira es burda, vulgar y con solo el objetivo de lograr altos dividendos, se llega solo a la enfermedad malsana y dañina. ¿Quieres mentir?, hazlo, pero como un arte, como una locura que subyugue y no como desviación del inconsciente esquizoide, ni otras perturbaciones mentales que dañen. Miente, miente como un arte convincente.

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