• “Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida”, dijo el escritor
ABC.-Decía Truman Capote (1924-1984) que «existen pocas buenas conversaciones, debido a la escasez de posibilidades de que se encuentren dos interlocutores inteligentes». Sin embargo, en el auditorio de la Fundación Ramón Areces, en la madrileña calle Vitruvio, asistimos a una de esas charlas. Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936), premio Nobel de Literatura, y Bieito Rubido, director de ABC, conversaron sobre literatura, periodismo, tauromaquia, política, libertades… La vida misma, hecha diálogo.
Ya lo advertía Rubido, hace apenas una semana, cuando se anunció el encuentro. Estábamos, dijo entonces, ante una oportunidad única para escuchar «una de las voces más originales de la literatura en español y uno de los pensamientos más poderosos acerca de lo que ahora nos inquieta y preocupa». Y no le faltaba razón. En un momento en el que todo parece ser efímero e insustancial, escuchar a Vargas Llosa es un anclaje a la realidad, esa que tantas veces se empeñan en deformar, a base de amarillismo y manipulación.
«Cuando te pones a preparar la conversación, ves la impresionante obra de Vargas Llosa, todos sus reconocimientos... ¡Es que no queda ningún premio para él!», comenzó diciendo el director de ABC. El Nobel rió y rememoró, de la mano de Rubido, aquel primer premio, en el 63, el Biblioteca Breve. Desde entonces, ha pasado más de medio siglo, y muchas cosas. Toda una vida, entregada a la literatura. Y todo gracias a la lectura.
«¿Qué materiales de tu vida han estado presentes en tu obra?», le preguntó Rubido. «Mi vida de escritor empieza con la lectura. Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida», contestó el escritor, vehemente. «Teníamos cinco años y me cambió la vida. Se convirtió en algo maravilloso». Vargas Llosa vivió la ficción con una «avidez extraordinaria» y con esa experiencia empezó a gestarse una vocación literaria que terminó en Nobel.
El autor adquirió la nacionalidad española en 1993. Como aseguró Rubido, «a todos nos costa» su amor a España, «a la lengua española». Pero, ¿cómo ve en este momento nuestro país? A sus 80 años (cumplirá 81 el próximo día 28), se muestra optimista, y esperanzado. Tanto que sorprende. O, quizás, produce envidia. «Yo he conocido la otra España, subdesarrollada, una dictadura, muy pobre, con enormes desigualdades. Esa España, los jóvenes ni se imaginan que existió. En la España de ahora, democrática, de alto nivel económico, hay muchas cosas que andan mal, pero el país anda muchísimo mejor que hace 30 o 40 años».
El director de ABC le recordó, entonces, aquellos años, a principios de los 70, en los que vivió en Barcelona. «Viví cinco años y fui muy feliz. Era una ciudad llena de vida cultural, que abría los brazos a todo el mundo…». En aquel tiempo, Vargas Llosa no conoció a un solo nacionalista. Por eso le cuesta tanto comparar aquella «ciudad de los prodigios» con la Barcelona actual. «El nacionalismo es una forma de barbarie. Parece mentira que pueda haber rebrotes en sociedades cultas y modernas. Pero yo soy optimista».
Oyéndole argumentar, es imposible no pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, también en literatura. «Se murió Cela, Torrente, Delibes... Tengo la impresión de que ya no hay un relevo a los grandes novelistas españoles. ¿Han desaparecido los fabuladores?», planteó el director de ABC. «Yo creo que no han desaparecido, pero se han encogido los lectores», dijo. Y, sobre eso, no es «tan optimista». «Tengo mucha inquietud sobre lo que puede pasar en el futuro con el libro», confesó. Y, desde luego, es difícil que esa inquietud desaparezca en un mundo en el que las pantallas postulan por sustituir a los libros como «elemento esencial en la formación de las personas».
¿Qué hacer? Ante «ese mundo de internet, de las redes sociales, del pensamiento poco elaborado», planteó Rubido. «Eres generoso –le dijo el Nobel–. Es chabacano, vulgar. Redes sociales que permiten que las mentiras más espantosas se difundan. Un mundo en el que cada vez es más difícil diferenciar la verdad de la mentira...». Aunque, pese a todo, la vida se impone, como ese caudal que queda, al final, cuando uno mira con perspectiva. «La vida es una cosa maravillosa, absolutamente extraordinaria, hay que tratar de aprovecharla. Lo más hermoso de la vida es el amor y la literatura», sentenció. Y el auditorio prorrumpió en aplausos.
Inés Martín Rodrigo / Madrid
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