Haciendo una comparación entre las marchas de indígenas campesinos de Achacachi de tiempos de la reforma agraria y las últimas realizadas en las calles de la ciudad de La Paz, se puede encontrar notables diferencias que revelan los profundos cambios que registró el país a raíz de los cambios estructurales aplicados desde mediados del siglo pasado.
Las marchas de aquellos tiempos estaban formadas por masas de indígenas cuya presencia estaba caracterizada por su aspecto de pobreza de solemnidad y miseria. Vestían ropas casi en harapos, ponchos de bayeta tejida por sus mujeres, en telares rústicos; no usaban zapatos y en muchos casos solo tenían abarcas rústicas o iban con los pies descalzos. Apenas sabían marchar y avanzaban en silencio o vivando al régimen y la reforma agraria y pidiendo tierra y libertad. Sus rostros eran adustos y sucios; casi todos llevaban la cabeza con cabellos largos y aun melenas cubiertos de “lluchos” y toscos sombreros de lana. No conocían el dinero. Estaban ennegrecidos por el sol.
En particular, muchos de los campesinos de entonces mostraban el rostro con una bola de coca en uno de los carrillos de la boca. Sus labios y dientes eran verdes. A lo más llevaban en las manos una pequeña bolsa de “llijta” y otra con algún alimento. En general ese aspecto era lamentable por falta de uso de agua, jabón y aun de otros adminículos. Se trataba de un espectáculo poco menos que dantesco, que producía lástima y dolor, producto de los regímenes esclavistas del pongueaje y el feudal de colonato y aun saldos del comunitarismo entonces existente. Hablaban aymara, muy pocos castellano.
A diferencia de ese espectáculo angustioso de aquel entonces, los campesinos de Achacachi que marcharon la semana pasada por las calles de La Paz tenían un aspecto totalmente diferente. Ya no exhibían miseria, sino diversas mejoras. Todos vestían ropas de tejidos industriales de alguna calidad y ninguno presentaba ropas de bayeta. Nadie usaba poncho. Sin excepción todos lucían zapatos de cuero y aun de goma en buen estado o nuevos. Ninguno estaba descalzo y desapareció la abarca. Todos disponían de algún dinero.
La mayoría usaba sombreros de actualidad o gorros de visera; ya desapareció el “lluchu”. Sus rostros lucían limpieza. Iban bien peinados y muchos con cortes de cabello moderno. Lo más notable era que ningún campesino mostraba el bollo de coca en la boca ni el color verde en los dientes, ya que las nuevas generaciones dejaron de pijchar esa hoja. No portaban las bolsitas de comida ni coca. Se trata de una nueva realidad, fruto de la eliminación del esclavismo el colonato hace alrededor de 50 años.
Otro aspecto notable de esa multitud marchante que ocupaba unas diez cuadras, es que posiblemente todos hablaban castellano. Muchos de ellos llevaban en celulares y sabían utilizarlos con las técnicas más avanzadas.
Un solo aspecto aislado se podía observar. La mayoría de las mujeres marchistas usaban las ropas y algunas costumbres antiguas, sus peinados y otros, revelando actitudes todavía conservadoras, aunque no en todos los casos, pues, otras, las más jóvenes, vestían pantalones, peinados cortos y aun cosméticos.
Muchas otras sorpresas se vieron en esta oportunidad, por lo que se puede concluir que el cambio esperado está empezando a producirse a raíz de la eliminación de las viejas estructuras y la aparición de otras nuevas, aunque todavía sometidas a numerosas trabas feudales que no terminan de desaparecen y que son mantenidas por corrientes populistas.
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