Más de uno sufrió profesores que en su primer día recitaron una retahíla de carreras universitarias, grados, másteres y doctorados. Dejaron constancia de su excelsa trayectoria profesional y se dispusieron a leer una presentación powerpoint, para hacerse llamar “profesores multimedia”.
A menudo nos preguntamos por qué falla el sistema educativo, si son los alumnos, los profesores, los recortes o esa mosca que recorre la clase de un lado para otro y no nos deja pensar. La Universidad de Yale realizó una encuesta en la que preguntó a más de 20 mil estudiantes cómo se sentían cuando estaban en clase. Aburrido, cansado o estresado fueron las respuestas más frecuentes. Una falta de interés que es el mejor reflejo de una educación disfuncional.
Ignoramos que el sistema educativo es aburrido. Pesa el temario sobrecargado sobre unos hombros y unas mentes en desarrollo. Muchos lo sufren sin importar si aprueban o suspenden. No se trata de introducir la tecnología por la fuerza en el aula, ni de una cuestión económica, sino de hacer de la Educación algo divertido. Que nos permita escuchar y preguntar, razonar y no memorizar, comprender y no olvidar.
¿Nos paramos a pensar cómo es la vida de un estudiante? En pie cada mañana con una agenda repleta de actividades y preparado para escuchar, redactar y memorizar un sinfín de conceptos que necesita para superar un examen. En un sistema meritocrático en el que el cinco delimita la frontera entre el éxito y el fracaso, entre un reproche y una palmadita en la espalda. No se puede negar la importancia de la memoria. Ejercitarla a corto plazo puede ayudar a prevenir el alzhéimer, pero deja mucho que desear como método de aprendizaje.
En los exámenes se evalúa la capacidad para transformarse en una especie de loro o papagayo. Sin mayor sentido en la vida que el de expulsar unos conocimientos que no se comprenden y sin otro destino que el olvido pasadas unas horas o unos cuantos días en el mejor de los casos.
Para algunos su paso por las clases supone una serie de años dominados por la abulia y la sinrazón, con la falsa creencia de que en algún momento habrá cabida para la reflexión y el desarrollo integral. En este camino los educadores son guías, facilitadores a la hora de conectar con los jóvenes. Personas que no olvidaron y comprendieron la enseñanza como la forma de compartir su aprendizaje.
Son el punto de inflexión entre un programa inabarcable y unos alumnos adormecidos. Destacan aquellos profesores que no se esconden detrás de una mesa para leer una proyección y son capaces de hacerse entender y de hacer reflexionar. Sin ellos muchos estudiantes denotan cierta ausencia de motivación al tiempo que corren un mayor riesgo de abandonar sus estudios.
Necesitamos comprender que la Educación es algo más que memorizar una serie de conceptos, consiste en aprender, reflexionar y ser una forma más de llegar a nosotros mismos. Culpar a los gobiernos por el sistema educativo no tiene sentido cuando un día en una escuela puede tener mayor influencia que cualquier política educativa. Conocer el porqué de la falta de interés es el primer paso hacia una educación de calidad. Una educación que además de pública, universal y gratuita, sea ilusionante.
El autor es periodista.
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