Jorge V. Ordenes-Lavadenz
Turquía desde hace casi un siglo vive una dualidad que no ha podido reconciliar. Por un lado está la población laica, urbana, mayormente liderada por militares; y por otro está la población rural mayoritaria y musulmana que siempre consideró a Occidente como una mala influencia en su cultura. Políticamente el voto rural es crucial para ganar elecciones. De ahí la tentación de Recept T. Erdogan, presidente del país, sobre todo después del fallido golpe de estado del 15 de julio, de ceder a consabidas presiones acaso quitando derechos a las mujeres… y fundando escuelas islámicas.
La idea de una Turquía dual o partida en dos naciones ya la tuvieron en España: Larra, Galdós y Ortega y Gasset; en Inglaterra Benjamín Disraeli. El dualismo estatal ha existido en Europa y otras partes desde los siglos de guerras de religión, los conflictos entre iglesia y Estado, entre monarquía y república, más tarde entre liberalismo y conservadurismo, e incluso entre izquierdas y derechas y sobre todo hoy entre “los de dentro” y “los de fuera” que mayormente han resuelto el asunto y han convivido haciendo naciones algunas muy poderosas. Turquía hasta la fecha no lo ha logrado.
El presidente Erdogan da señales de que quiere retornar a la Turquía intolerante anterior a 1923, lo cual no solamente es echar por la borda la modernización a cambio de ganar votos rurales a como dé lugar, sino que se perfila costoso políticamente en las FFAA, por más purgadas que estén después del golpe de Estado del 15 de julio… cuya secuela todavía late.
La dualidad religioso-civilista quizá todavía es factible pese a los reveses que mayormente se originan en la falta de educación seglar sostenida en las zonas rurales. Con todo, Turquía hoy no es la anterior a la que en 1923 trabajosamente devino en la República de Turquía liderada por el notable modernizador Mustafa Kemal Atatürk (1881-1938), fundador y presidente de la entonces naciente República después de una intensa campaña militar que hizo posible la independencia.
La reactivada angurria de poder de Erdogan ha hecho que se disguste oficialmente con los gobiernos de Holanda y Alemania (“infieles” para el musulmán turco) insultándolos a diestra y siniestra. La relación con Holanda empeoró el 11 de marzo cuando el gobierno de La Haya negó el aterrizaje del avión del ministro de exteriores de Turquía, M. Çavusoglu, luego de que Erdogan acusase a Holanda de haber practicado “terrorismo de estado”… cuando se produjo la masacre de 8.000 bosnios en Srebrenica en 1995. Calificó de fascista al gobierno de Alemania porque dizque éste protegía a terroristas del Partido de los Trabajadores de Kurdistán o PKK.
Todo esto como diciendo que no le interesa la hasta ahora paciente política turca de ser admitida en la Unión Europea, cosa que ahora no solo está en un “veremos” europeo, sino en un “esperemos” que Erdogan entre “en razón”… lo que no parece perfilarse. ¿Querrá este señor avenirse mucho más con el voto islámico que hoy pugna por enarbolar sus valores religioso-políticos… y dar por tierra con las reformas de Atatürk?
Entre las principales reformas de Atatürk están: la declaración de la laicidad del Estado; se debe orar en turco y no en árabe; se cierra las escuelas religiosas y se abole la ley sharia; se prohíbe el fez y el velo y se introduce la vestimenta occidental; se concede el voto a las mujeres y el derecho a ser votadas; se adopta el calendario gregoriano; se introduce un Código Civil basado en el suizo, lo que termina con la poligamia y el divorcio por repudio; se introduce el matrimonio civil; se adopta el alfabeto latino en vez del árabe; se introduce el uso de los apellidos en sustitución del nombre único de tradición árabe; se declara el domingo como día de descanso; et. al.
Se trata de reformas que no deberían alterarse pese a la tentación de querer eternizarse en el poder sin reconocer que la alternancia de autoridades es indispensable en una democracia que se respete y se haga respetar.
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