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La disolución de hecho de la Asamblea Nacional venezolana, dispuesta por la Corte Suprema de Justicia, ha desatado una tormenta que muchos observadores creen que ha convertido a Nicolás Maduro, con la suma de todos los poderes, en un monarca, rareza que se creía erradicada del continente hacía más de dos siglos. Cuánto durará esta nueva situación es motivo de apuestas en muchas cancillerías de la región.
Un antecedente esencial para examinar lo que ocurre en Venezuela está en el derrumbe del petróleo hace dos años. Con el astro de las materias primas en 120 dólares o más el barril, no habría ocurrido el desplome político e institucional que ahora agobia al país. Pero el grado del gasto venezolano era tan exótico que incluso en ese nivel las arcas nacionales estaban en déficit respecto a las importaciones. Con los ingresos en solo un tercio de niveles desbordantes que en una década llegaron a producir para Venezuela alrededor de un billón (doce ceros) de dólares, la cubrecama resulta ahora demasiado estrecha. El petróleo representa el 96% de los ingresos venezolanos por exportaciones y la abrupta caída de precios le costó el año pasado una tajada brutal del 11,3% de su producto interno bruto. El año anterior había sufrido una contracción parecida.
No todo el dispendio de esos años fue en vano. Petrocaribe, una de las formas de cooperación venezolana para afirmar simpatías en el Caribe, repartió ayudas y subsidios ahora transformados en una deuda que cálculos técnicos estiman en 10.000 millones de dólares de difícil recuperación. Eso explica mucho de la lealtad de la decena de islas caribeñas que respalda al régimen de Maduro con firmeza y que hace una semana lo protegieron durante el Consejo Permanente de la OEA. Poco después de esa reunión en la que, a pesar de Caracas, se habló de la situación venezolana, vino el golpe sobre la Asamblea Legislativa y la amputación de atribuciones transferidas al Poder Judicial. Con excepciones contadas, el golpe ha sido repudiado en gran parte del hemisferio.
La anulación de la Asamblea Legislativa no ha sido original en una región asediada con frecuencia por autoritarismos, pero los ejemplos no son para sentirse feliz. Entre otros casos, la medida evoca a Alberto Fujimori en Perú y a Juan María Bordaberry en Uruguay, ambos de memoria ingrata para los demócratas.
Atenazados por una inflación que este año llegaría a 1.660%, un récord mundial, y una violencia que cobra 28.000 vidas anualmente, es fácil entender por qué tantos venezolanos buscan salir de su país, en una reversión de lo que ocurría a mediados del siglo pasado, cuando los aeropuertos desbordaban de inmigrantes.
El colapso en que se encuentra el país de Bolívar y Sucre exhibe el fracaso de un régimen socialista que generó expectativas, pues se creía que con tanto dinero no podría sino resultar exitoso. Su prueba suprema ocurrió en las elecciones legislativas de diciembre de 2015, cuando siete de cada diez venezolanos votaron por candidatos de la oposición, que obtuvo una mayoría abrumadora. En medio de una tensión creciente, llevó horas al Consejo Nacional Electoral (CNE) anunciar los resultados. En esos momentos llegó a decirse que hubo presión militar para reconocer la voz de las urnas.
Los críticos subrayan que los regímenes socialistas o pro socialistas reconocen la voluntad popular de las urnas a plenitud solo cuando éstas los favorecen. Apenas instalada la nueva asamblea, comenzó un forcejeo que derivó en el marginamiento de tres diputados del remoto estado Amazonas, acusados de cometer fraude. Fueron apartados de la asamblea, pero, dicen los opositores a Maduro, nunca se les instruyó un sumario ni cosa parecida, ni tampoco se convocó a nuevas elecciones para designar a nuevos representantes por su distrito. Los legisladores marginados han asegurado que en caso de nuevas elecciones, los perdedores serían de nuevo los candidatos del gobierno.
Para los observadores, el desmantelamiento de la Asamblea Legislativa es una infracción a la democracia demasiado grave y ostensible para tolerarla. La marea que estos días se ha levantado contra Maduro luce como el desafío más difícil para su régimen.
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