Creadores de luz
Mario D. Ríos Gastelú
Transcurrió marzo con sus días cargados de mal humor. Un marzo cubierto de nubes y encajado en el dolor de la muerte, acompañada del llanto precipitado desde el cielo. Las horas transcurrían lentas y los recuerdos descargaban el lamento helado del granizo, hasta transformar el gesto en sonrisa, tras la evocación de días mejores que puedan repintar un rostro de juventud esperanzada.
Ante el escenario de la tristeza, se busca un recurso para bajar el telón de la congoja y amplificar en el sonido estereofónico una sonta, una sinfonía, o el canto amable que parece surgir de cada gota de lluvia, dispuesta a borrar las tinieblas de turbación motivada por la partida de quienes conocimos llenos de optimismo, afecto y trabajo.
Encontrar la puerta de salida en busca de la luz que aleje las horas ensombrecidas, nos lleva a otros encuentros, aquellos que surgen de las páginas de un libro o de recientes publicaciones periodísticas, como aquellas entregadas a evocar a un poeta que fue mi amigo desde las aulas del colegio La Salle y con quien compartí el periodismo en radio, prensa y televisión: Jorge Alberto Suárez (1932-1998), a quien un matutino local lo proyecta, al recordar la fecha de su nacimiento, 26 de marzo.
La sola mención de este periodista y poeta consagrado, como el anuncio de la próxima publicación de sus obras completas, reaviva mi ánimo y me ubica en aquellos tiempos del vespertino Jornada, allí donde compartíamos salas los “escriba sentados” con otros colegas prestigiosos; tal el caso de Mario Rueda Peña.
Años después, tras el exilio de Suárez motivada por abuso del “siniestro poder” de García Meza y sus sicarios, estuvo al frente del matutino Correo del Sur, publicado en la bonachona ciudad de Sucre. La capital de la República de Bolivia reconoció en Suárez al periodista, productor de televisión, humorista, narrador, diplomático y, lo más sobresaliente: poeta de profundo sentimiento.
Los recuerdos convergen hacia un mismo lugar, aquel que conserva mis archivos alineados a la espera de ser acariciados por mis manos y enfocados a través de cristales que cubren mis ojos. Mis sonrisas elevan los nombres allí depositados, en una suerte de reencuentro con la figura, el eco de sus voces y la indeleble escritura de su pensamiento. Sí, allí junto a Suárez y otros poetas, está el bardo Eleodoro Ayllón, que emprendió el viaje de ida sin vuelta, un 27 de marzo de 1964, más de medio siglo sin su presencia, mas siempre rememorado al sólo dar paso a una relectura de sus versos: “Y cuando el alba muestra su dentadura fresca /ya el arado del día traza surcos recientes”.
Bastan esas palabras ennoblecidas por lo poéticas, para sentir cerca su presencia, como la compañía de Suárez en estos momentos y escuchar su voz llegada desde un horizonte poco iluminado por los agonizantes rayos de un crepúsculo temeroso: “Algo en mí se destruye. / Algo triste me inunda. /Algo en mí se fermenta y propaga en mi sangre su marejada fúnebre”. Versos que se adentran en mi alma tras reminiscencias alineadas, como un repaso día tras día, hasta tejer un manto evocativo de años que pasaron sin alejar su cercanía.
Tengo humedecidos los ojos al recordar, entre lecturas y sones, a esos amigos de juventud, y a los que perdí en este marzo de 2017; ellos percibieron otra expresión para transmitir el amor y la belleza de la existencia: Max Gastelú y Nery Sánchez. Vaya mi oración para ellos.
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