Carlos Miguélez Monroy
“Mal que les pese a los moralistas, la gran mayoría de los cánceres no son culpa de su víctima. Y sólo detectarlos a tiempo podrá salvar a esos inocentes. Y de paso a los culpables que no logran vivir a la altura de las exigencias preventivas”, escribe el periodista Javier Sampedro en un artículo sobre los resultados de una nueva investigación sobre las causas del cáncer.
Según esa investigación de la Universidad Johns Hopkins, sólo un tercio del total de casos de cáncer se debe a factores ambientales, de hábitos y genéticos. El resto, la mayor parte, obedece al azar.
Cristian Tomasetti, uno de los coordinadores del estudio, explica que cada división de una célula normal y duplicado de su ADN para generar dos células nuevas produce múltiples errores. A pesar de la fidelidad y precisión del sistema de replicación celular, menor a un error en un millón, queda suficiente margen para generar mutaciones aleatorias como las que provocan dos tercios de los casos de cáncer en el mundo.
Esto puede alarmar a los acólitos de cierto pensamiento mágico que multiplican en las redes sociales las prescripciones del brócoli, del apio y del limón, de hábitos saludables y de actitud positiva como métodos infalibles contra el cáncer. En ocasiones, ese pensamiento cumple, como lo han hecho muchas supersticiones, una función de autoengaño. Convertimos el buenismo en receta contra el reconocimiento de nuestra propia fragilidad y en arma arrojadiza contra los demás, hasta que un día nos enteramos de que le han diagnosticado cáncer a un ser querido, en ocasiones con ejemplares hábitos de vida. O nos lo detectan a nosotros mismos.
Pero a veces se impone el trabajo de científicos que dedican años de estudio y de esfuerzo a conocer los problemas, sin confundir causas con síntomas o con factores que juegan un papel más o menos relevante. Los resultados de Tomasetti y de Bert Vogelstein refuerzan la importancia de la detección temprana más que en los hábitos de vida, aunque sin restar importancia al tabaco, al alcohol, a la exposición al sol y a otros factores que aceleran o disparan distintas formas de cáncer. Además, el equilibrio en los hábitos de vida beneficia de muchas otras maneras la salud, que la propia OMS define como un estado general de bienestar alejado de la concepción común de “ausencia de enfermedad”.
Parte de la detección temprana consiste en acudir a los profesionales de la salud ante manifestaciones que rompan con ese estado general de bienestar: mareos, sangrados atípicos, apariciones de bultos, dolores y cambios externos que se extiendan en el tiempo. Las probabilidades de sobrevivir un cáncer aumentan cuando se encuentra localizado y se puede extirpar o se puede combatir mediante tratamientos con corticoides, con químicos o con radioterapia. Cuanto menor sea la dosis, menos debilitará el tratamiento el cuerpo.
La detección temprana aconseja también una labor más preventiva que reactiva, con visitas regulares al médico sin necesidad de caer en la hipocondría o en el alarmismo. Las analíticas de sangre contribuyen a la detección de posibles signos que podrían traducirse en el desarrollo de algún tipo de cáncer. La visita cada determinado tiempo al dermatólogo permite detectar lunares irregulares, manchas o nódulos que pueden “pasar” como irritaciones normales y luego resultar en algún tipo de formación cancerígena. En el caso de las mujeres se aconseja acudir al ginecólogo con regularidad y hacerse la primera mamografía a partir de los 35 años.
El pensamiento mágico no perjudica sólo la detección de la enfermedad, sino también su tratamiento, que precisa enfoques científicos. No se puede afirmar que la quimioterapia y la radioterapia han matado a más personas que las que han curado. Quizá Steve Jobs aún viviría si hubiera combinado las “terapias naturales” con la cirugía que le recomendaron cuando detectaron la enfermedad y con otros tratamientos desarrollados por médicos expertos y de eficacia comprobada. Cuando decidió operarse, el cáncer se había extendido.
Podríamos pensar que el citado estudio nos deja casi igual de como estábamos antes o incluso con mayor incertidumbre. Pero al menos le da información fundamental a las personas: la detección temprana del cáncer es fundamental en la lucha contra el cáncer, junto con unos hábitos saludables de vida y con el desarrollo de nuevos tratamientos menos agresivos contra el cuerpo una vez que se ha librado la batalla.
El autor es periodista.
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