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Donald Trump se aproxima a los cien días de gobierno, la marca acuñada en 1933 por Franklin D. Roosevelt para medir la eficacia de un gobierno en la cúspide de la luna de miel con sus electores. Nada induce a pensar que el presidente republicano haya tenido un desempeño sobresaliente ni conservado el entusiasmo de quienes lo siguieron. Al contrario, muchos analistas piensan que estos cien días son los peores de la historia reciente de USA. Como el peso de la nación del norte es mundial, las consecuencias de ese desempeño son planetarias.
Debía inaugurarse desmantelando el sistema de seguridad social creado por Barack Obama, pero la proposición parecía tan inequitativa que muchos legisladores de su partido se opusieron y colocaron al gobierno en la disyuntiva de retirarla o sufrir una derrota histórica humillante. La propuesta habría dejado en pocos años sin seguro a 24 millones de ciudadanos mientras concedía beneficios impositivos extravagantes (hasta 300.000 millones de dólares, según cálculos demócratas) a los más ricos. Habría sido una transferencia brutal de recursos de pobres a ricos.
Resentido con el fiasco, Trump anunció que no repondría su propuesta y dejaría que el sistema lanzado por Obama (Obamacare) estallase. Puesto que se trataría de un estallido en sus propias manos, cuyas consecuencias serían devastadoras en las elecciones legislativas de 2018, estos días trabajaba en una nueva propuesta. La clave era saber si para ese nuevo plan contaría con los demócratas, el antídoto para evitar un nuevo descalabro.
En medio de tropiezos en casi todos los frentes (inmigración, comercio, medio ambiente, etc.), cobró cuerpo una investigación que algunos analistas llaman “la madre de todos los escándalos”: la conexión rusa en negocios de la familia presidencial. El tema encabeza la cuestión mayor de la supuesta interferencia rusa en las elecciones de noviembre para ayudar a Trump en desmedro de Hillary Clinton.
La investigación toca las puertas de Jared Kushner, yerno “consigliere” de Trump. Uno de los asesores renunció en febrero tras omitir en sus informes reuniones con el embajador ruso Sergey Kislyak en las que habría tratado temas delicados de política exterior. El renunciante trabajaba también para el gobierno turco como agente de relaciones públicas bajo un contrato de millones de dólares.
Resulta que Kushner también se reunió con el diplomático ruso días antes del cambio de gobierno, incluso con Sergey Gorkov, jefe de Vnesheconombank (sí, es impronunciable), una de las empresas sancionadas como secuela de la anexión rusa de Crimea e interferencias en la vida política de Ucrania. The New York Times dice que Gorkov confirmó las reuniones justificándolas al decir que ocurrieron en virtud de la condición de Kushner como ejecutivo de Kushner & Cía., el conglomerado que dirigía el yerno presidencial.
La ruleta de acontecimientos gira vertiginosamente y su desenlace es imprevisible.
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