A menos que sean seres inanimados, el saludo es parte constitutiva de todas las sociedades humanas. Tiene, efectivamente, sus gradaciones en cuanto al nivel de las relaciones, pero en caso alguno debe faltar.
Tanto saludar como responder, en ambos casos, están poniendo de manifiesto que se tiene la educación pública necesaria.
Empero, en esta oportunidad, es pertinente referirse al saludo que se emite cuando se ingresa a un transporte público. Puede que algunos estén en alguna ocupación que ni les permitió atender el saludo, pero en general esto no sucede en todos los casos.
Lo habitual es que cuando se usa un transporte público, concretamente un mini-bus o un trufi, el que ingresa a estos ambientes generalmente dirige un saludo general a todos los ocupantes, por supuesto no faltan las excepciones. Aquél es un signo de educación social, el que siempre debe ponerse en evidencia.
La lástima es que los pasajeros saludados no responden, se muestran como ajenos a lo que es vivir en una sociedad, donde tiene que prevalecer el respeto recíproco. Una de estas manifestaciones es precisamente el saludo anónimo.
Con el saludo se demuestra educación social, que es imprescindible demostrarla para no aparecer como una persona carente de educación o por lo menos de ser atento con los que se comparte el transporte, con igual suerte, de llegar a sus destinos o, a veces, lamentablemente, confrontar un accidente del vehículo que utilizan.
En cierto modo, se está compartiendo algo en común y, por tanto, el saludo resulta muy pertinente. No cuesta nada, en cambio cuando no se lo pronuncia se está demostrando carencia de principios sociales elementales.
Hay que suponer, por ejemplo, que cuando se produce un accidente, los que quedan indemnes lo primero que hacen es auxiliar a los que resultaron afectados. Pues, en estos casos, no cabe la indiferencia. Hay que tener presente que uno mismo puede ser la víctima y es seguro que el resto le prestará el auxilio que pueda.
Hace varios años, cuando empezaron a circular los trifus, el lugar se convertía en un simpático ambiente de conversación, de cambios de ideas, del apuro que se tiene para llegar a destino o alguna otra motivación que no falta para entablar una conversación, de la que suelen surgir incluso las amistades.
Al presente, esas manifestaciones de sociabilidad han desaparecido, más bien la característica es mostrarse extraño, ajeno a los que le rodean, de modo que la gente se retrae a sus preocupaciones o también pueden ser gratificantes, pero uno y otros guardan silencio, como si estuvieran rodeados de gente que no merece ni su saludo, menos abrir una conversación casual, que puede ser incluso atractiva.
Cuando se convive en una sociedad, lo natural es que haya entre sus componentes alguna forma de estimular la vecindad que se tiene. Esto elimina las preocupaciones, relaja el espíritu y mejora el ánimo para enfrentar las eventualidades de la vida diaria. Puede ser como un desahogo y mejor si le depara satisfacciones.
En la actualidad, pareciera que más son las complicaciones de la vida, en realidad no dejan de apremiar, pero hay que saber también disipar las tensiones que ello produce.
Una manera de salir de ese estado de ánimo puede ser el saludar con quienes se va a compartir un transporte. En buenas cuentas, hay que sentirse gratificado por poder hacerlo, mientras en las calles, por ejemplo en el trayecto a la zona Sur de la ciudad, se observa incluso en la noche que mujeres jóvenes están haciendo ese recorrido, con riesgo de ser asaltadas o secuestradas. La probabilidad es que no tengan dinero para pagar el pasaje, aunque sea el más modesto de los transportes públicos.
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