El inimitable filósofo y pedagogo Aristóteles, de la antigua Grecia, creó la mejor definición del Derecho: “es la razón libre de pasión”. Según criterio de este columnista, salvando los agravios comparativos de otros juristas, es la definición enérgica porque ayuda al jurista en toda su vida activa.
Aristóteles nos legó la enorme importancia de su descubrimiento al intentar concebir el movimiento que es el pensar. Cualquier materia que se imparta a los estudiantes debe sujetarse al pensar continuo, sin pausa; siendo el pensar en realidad “ser”, que no es algo estático; no es figura quieta sino que es un hacerse el ser a sí mismo; un incesante engendrar nuevos conceptos enriquecedores de la materia.
Se debe concebir el vocablo ser, que adquiere el valor de verbo activo de ejecución y de ejercicio y si todos los catedráticos aplicásemos este proceso, sin omitir ningún eslabón -como reza el descubrimiento de Aristóteles: actividad, ejecución y ejercicio-, la finalidad de enseñanza con excelencia se reflejaría en la capacidad del estudiante de pensar autónomamente.
Para hacer inteligible el concepto de este inteligente proceso, se lo puede contraponer al estatismo, que es el principal desestructurador de la imagen y vigencia del catedrático-facilitador de la actividad, como su dinámica diaria en el aula; la ejecución, que es movimiento “estricto sensu”, la alteración, cambio cuantitativo y traslación son finitos, pues concluyen cuando el esfuerzo del catedrático llega a su término, para comenzar otro sobre el mismo tema. El ejercicio triunfa sobre la noción de ser estático con la noción de ser enérgico.
Si comprendemos o llamamos terminar a alcanzar un pensar como movimiento continuo y, en este sentido infinito, llamamos terminar a alcanzar un movimiento su término; el pensar y, en general la energía o el ser enérgico, ha terminado, desde luego. Pero como este su término es precisamente el moverse mismo del pensar, tiene que empezar de nuevo, en giro infinito sobre sí mismo, en una incesante actualización de la posibilidad, que sería la realidad.
El catedrático o facilitador que esté imbuido consciente y disciplinadamente en su ámbito espiritual y mental, es decir en un imitar a un rígido estoicismo, siempre estará vigente y enriqueciendo su materia. En esa dirección, se debe evadir la tendencia al estatismo y a la rutina, y Aristóteles documenta esta acepción en la dualidad de términos con que denomina el pleno ser: energía y entelequia. Se entiende entelequia como el ser quieto, estadizo del movimiento que lo ha producido y telos es la meta, energía en el facilitador, por lo contrario, es el movimiento que al terminar en sí mismo no tiene otra alternativa que recomenzar. Este proceso precitado y detallado convierte al catedrático-facilitador en un ser altamente productivo y creador en beneficio de los estudiantes, pues entendió a plenitud que crear es introducir en su espíritu e intelecto todas las fuerzas del pensar para que lo que no es, sea.
El autor es abogado corporativo, docente universitario, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, doctor honoris causa.
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