Una mirada al mapa mundial del hambre, que elaboró la FAO para el 2015, ubica las zonas que padecen hambre, en gran parte de África, Asia, parte de Centro América y en Sud América Bolivia con un índice alto que representa 25 a 34,9%, de nuestra población que padece hambre, entendida ésta como sinónimo de desnutrición crónica.
Para consuelo de parte de nuestra ciudadanía, también aparecen en este mapa Perú, Colombia y Haití, aunque con un índice menor 15 a 24,9%.
En números, la FAO señala que cerca de 793 millones de personas en todo el mundo siguen careciendo de alimentos suficientes para llevar una vida sana y activa. Además la gran mayoría de personas que padecen hambre en el mundo vive en países en desarrollo, donde el 12,9% de la población presenta desnutrición.
Al recordar el Día Mundial de la Alimentación, el año 2010 este organismo señaló “en el caso de Bolivia en el año base 1992, el país tenía 2 millones de personas, en este momento las cifras del informe 2010, basado en datos del año 2006, afirma que son 2,9 millones de personas que padecen hambre, sin embargo, el porcentaje ha bajado, porque la población aumenta”.
Los datos anteriores revelan una dura realidad, inaceptable para un país que dispone de tierras suficientes como para evitar la inseguridad alimentaria.
Esa situación innegable adquirió un carácter realmente dramático con la noticia que sacudió a los bolivianos y particularmente a los que vivimos en La Paz, por la muerte por hambre, por desnutrición, de la niña Eva en el Alto, parte de una familia en la que los padres ya sufrían otros problemas de salud, los cinco hermanos padecían de claras señales de carencia de alimentos y el único que sustentaba a la familia, mediante ingreso obtenido por trabajos esporádicos, era un muchacho de apenas 18 años que tuvo que dejar sus estudios para hacerlo.
Las imágenes que mostraron los medios de comunicación realmente nos hicieron estremecer e inmediatamente autoridades y población se movilizaron para prestar ayuda y el muchacho ya está trabajando y quiere tener nuevamente a su familia reunida y que los seguirá sustentando, además espera poder continuar sus estudios.
PERO, claramente, este caso aislado que nos ha sacudido pone en evidencia que todavía 2.899.000 personas en el país sufren de hambre, en un país donde parecería existir cierto derroche en los gastos gubernamentales.
Frente a esta situación dramática hay dos preguntas a responder: 1) ¿cuáles son las causas?, 2) ¿qué soluciones se puede dar para reducir o eliminar este flagelo?
En cuanto a 1, resulta evidente que de un modo general, el subdesarrollo asociado a un modelo primario exportador no genera las suficientes actividades para generar empleo que acompañe al crecimiento de la población; a ello hay que añadir el abandono de ciertas regiones agrícolas, el caso del altiplano y la migración a los centros urbanos, donde los migrantes no encuentran trabajo, porque no están preparados para ese nuevo entorno.
Por otra parte, resulta evidente que nuestra productividad en el campo es demasiado baja, tenemos los rendimientos más pobres de toda la región, lo cual determina que, con una política de mercado abierto, nuestra producción cada vez no encuentra mercado interno por la competencia de la creciente importación de alimentos. Sin mercado no hay incentivo para producir.
En cuanto a 2, la respuesta es reducir la pobreza, generando empleos, capacitación de los nuevos recursos humanos tanto en la agricultura, como en la generación de una base industrial más amplia. PERO, si la política nacional otorga preferencia en la mayoría de los contratos sobre estudios y ejecución a empresas extranjeras, olvidándose de ampliar el desarrollo nacional, la pobreza y con ella el hambre seguirán creciendo.
La miseria en la que vive cerca de un tercio de la población nacional, supone que es necesaria la reconducción de la política económica y social del país.
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