El sorpresivo ataque norteamericano a la base aérea siria de Shayrat, mediante los misiles teleguiados Tomahawk lanzados desde dos destructores en el Mediterráneo, produjo un terremoto político mundial, aunque no todas las naciones fueron sorprendidas por la acción militar. Desde luego -según las primeras informaciones que nos llegan vía AFP y otras agencias- Rusia fue informada una hora antes de lo que iba suceder y su embajador ante Naciones Unidas declaró que la responsabilidad recaería, como es lógico, contra quien haya iniciado la agresión.
El presidente Donald Trump advirtió que el dictador sirio Bashar al Assad había ido muy lejos al bombardear con gases neurotóxicos (probablemente gas sarín) a una población donde se produjeron 86 muertos por asfixia, contándose entre las víctimas a muchos niños. Algo parecido en la forma, pero con muchas más víctimas, había sucedido el año 2013, cuando otros aviones de Al Assad atacaron con gas sarín a Guta, un barrio de Damasco, matando a 1.400 personas. El entonces presidente Barack Obama amenazó con tomar represalias, pero -siempre según AFP- prefirió que el Congreso norteamericano se manifestara, lo que dejó la amenaza en el aire. Eso es, justamente, lo que ahora Trump le ha reclamado a su antecesor.
No cabía ninguna duda de que Donald Trump le daría a su gobierno un cariz distinto al de Obama y que lo afirmado durante su campaña electoral (algunas cosas que asustaban como su actitud migratoria contra latinos y musulmanes) no era simple propaganda política sino que estaba en la mente y la intención del actual presidente. Internamente, con algún contraste grave como el Obamacare, ha cumplido con lo que afirmó. En el campo exterior sabemos perfectamente que Trump ha puesto por encima de todo la seguridad de los Estados Unidos y es ahí donde pueden producirse situaciones similares a la de Siria que sorprendan al mundo.
Corea del Norte ya ha recibido advertencias en sentido de que aplaque su fiebre belicista y sus pruebas nucleares que llegan a apremiar al territorio marítimo del Japón. La comunidad internacional -excepción de China- censuran el discurso belicista del feroz autócrata Kim Jong-un. Bien haría el dictador coreano en moderar sus fantasías de poder mundial, sabiendo que a pocos kilómetros de su frontera existen apostadas tropas norteamericanas y por supuesto que suficientes barcos de guerra (no tienen por qué ser ni siquiera portaaviones) desde cuyas plataformas se puedan lanzar los precisos y destructivos Tomahawk.
Tratar de concluir con la matanza en Siria, que perdura durante más de un lustro, es algo que desean todas las naciones seguramente, y debe hacérselo más todavía cuando en el escenario de la guerra civil siria se han involucrado otros países del área y pueblos que están sometidos a la destrucción y el terrorismo más salvaje, donde tienen su mejor caldo de cultivo, aplicando sus brutales métodos ahora trasladados a Occidente, los violentos del Estado Islámico o Dáesh.
Tratar de acabar la violencia con una mayor violencia no es lo más aconsejable, naturalmente. Eso lo sabe muy bien Estados Unidos porque lo ha sufrido en carne propia desde Corea, pasando por Viet Nam, Afganistán, Irak y otras situaciones similares. Sin embargo, lo de Siria ha llegado a tal extremo de odio y fanatismo que -hasta el momento de escribir esta nota el viernes- muchos legisladores republicanos y demócratas han apoyado la decisión militar de Trump y no se espera reacciones contrarias entre los aliados norteamericanos en Europa, Israel y Turquía, salvo la ya declarada censura de Rusia y de Irán, por supuesto.
En Bolivia, desde su retiro temporal, S.E. se ha manifestado vía Twitter afirmando que el ataque norteamericano ha sido “una excusa para una intervención militar” y un desconocimiento al derecho internacional. El embajador boliviano en Naciones Unidas, Sacha Llorenti ha solicitado una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad, del que Bolivia es parte actualmente, para tratar estas “acciones unilaterales”. Algunos ministros y parlamentarios del oficialismo han expresado su repudio al bombardeo y la oposición se ha mostrado con una prudencia extrema que denota la desorientación que ha causado la incursión norteamericana. Las repercusiones que pueden suceder en el mundo durante los próximos días ayudarán a esclarecer el panorama, pero Occidente deberá estar alerta ante nuevos atentados terroristas.
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