I

Des-caudillizar el poder y des-apoderar la política

Arturo D. Villanueva Imaña

EL CONTEXTO

Rompiendo con aquel ciclo de continuidad que los gobiernos llamados progresistas nos habían acostumbrado durante al menos la última década, Latinoamérica y Bolivia en particular vuelven a sacudirse por el surgimiento e impronta de vientos de renovación democrática.

Hasta ahora, la ola renovadora ha favorecido el retorno de la derecha y aquel neoliberalismo (hoy cada vez más radical y que a pesar de haber sido expulsado), resulta que está provocando una fuerte interpelación acerca del futuro que queremos construir y las alternativas que se plantea para lograrlo.

En vista de los resultados electorales sucedidos en varios países, aparece cada vez más evidente la restauración de regímenes que están reimplantando políticas neoliberales más agresivas. Las mismas, ahondan y exacerban el carácter enajenador del modelo salvajemente extractivista y desarrollista que implantaron los gobiernos autodenominados de “izquierda”, a favor (claro está), de grandes intereses corporativos y transnacionales que, a su turno, reactualizan y tienden a imponer un colonialismo de nuevo sello.

Sea producto del desencanto sin alternativas, de un gran rechazo y bronca acumuladas, de la indignación y resistencia a la impostura y la traición, o del reciclamiento de la derecha y el neoliberalismo que han sido propiciados bajo el auspicio y la alianza que los propios gobiernos progresistas les brindaron; lo cierto es que la derecha está de retorno. Sucede que nuestros pueblos no tuvieron oportunidad, ni pudieron construir o elegir otra alternativa que no fuese la repetición del modelo económico extractivista que sucedió al neoliberalismo.

Y aunque en el plano del ejercicio gubernamental se puede distinguir diferencias de matiz por el énfasis estatista o privatizador que impulsan progresistas o neoliberales reciclados; lo que se impone en la práctica y la cotidianidad social actual, es el mismo tipo de sobreexplotación del hombre y la naturaleza, con los graves efectos y daños socio ambientales y climáticos que debe soportar y sufrir el pueblo.

Ahora bien, habida cuenta que la resistencia y rechazo popular todavía no han logrado construir una alternativa política que no sea de derecha, ni articular una propuesta estratégica contra el modelo económico extractivista; es indudable que para retomar y cumplir aquella agenda popular de transformaciones que inclusive se constitucionalizó en países como Bolivia, queda un importante desafío. Es decir, comenzar por articular los diversos movimientos de protesta, resistencia y denuncia, para convertirlos en una lucha conjunta contra el modelo extractivista y desarrollista que origina los principales problemas de la economía, la sociedad y la naturaleza.

A diferencia de lo que ya ha sucedido electoralmente en otros países en los que se ha cambiado de signo político, pero no de modelo económico, en Bolivia todavía se tiene tiempo y oportunidad para evitar dicho efecto pernicioso. Un efecto cuyo origen y riesgo se explican por la impostura y traición de un gobierno autocalificado como de izquierda, pero que le allanó el camino nada menos que a esa derecha neoliberal que decía combatir, y que ahora se predispone a volver a gobernar.

El ámbito del poder y la política

Sin embargo, la reflexión de los siguientes acápites estará orientada a un plano diferente, aunque conexo. Me refiero al plano del poder y la política y la forma cómo ambos se han ido construyendo y desvirtuando, en tanto más se favorecía la concentración del poder y la caudillización de la política.

Si existe algún fenómeno peculiar que caracterice la praxis política en Latinoamérica, éste no es otro que un caudillismo personalista, estrechamente asociado al propósito de conquista, conservación y concentración del poder a toda costa.

Sea como resultado de la persistencia de prácticas o afinidades monárquicas; sea por la internalización de valores individualistas y competitivos que corresponden a la visión liberal y capitalista que favorece los emprendimientos personales y privados; sea porque se desdeña prácticas colectivas, sociales y comunitarias; o sea porque ha prevalecido un tipo de sociedad patriarcal y machista, donde domina en forma excluyente el varón elegido; lo cierto es que este tipo de ejercicio político contribuye a un proceso de individualización, concentración y caudillización del poder y la política. Es decir, una forma de comportamiento político que al mismo tiempo de desplazar prácticas comunitarias y colectivas de gestión pública y política, donde prevalece el debate y la construcción colectiva de consensos y la participación social; termina desvirtuando y quitando a la democracia la oportunidad de devolver el poder al pueblo, y concentrarlo cada vez más en caudillos y cúpulas que usurpan la iniciativa popular, para hacer prevalecer dominios y voluntades individualistas, excluyentes y sectarias.

Es una especie de privatización y concentración del poder y la política, que resulta muy similar, equivalente y compatible a la concentración de la riqueza y los medios de producción

que detentan y defienden los intereses particulares e individualistas del sistema capitalista predominante. Es tan compatible y equivalente en el plano económico, que resulta muy funcional para ejercer y reproducir poder en el plano político.

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