II
Arturo D. Villanueva Imaña
En fin, se convierte en una potente herramienta para usurpar y enajenar poder en las manos individuales del caudillo y su séquito; provocando que la praxis política tienda a ser reducida a meros actos electorales, y la democracia sea secuestrada a favor de intereses minoritarios y particulares.
En otras palabras, se trata de un fenómeno que se encuentra en la antípoda del ideal democrático orientado a constituir un gobierno del pueblo y para el pueblo, donde el ejercicio de la política no esté orientado a escoger caudillos y favorecer intereses individualistas y minoritarios, sino a devolver la capacidad de gestión, decisión y participación social al pueblo. A cambio, la caudillización del poder y la política es mucho más coincidente y funcional a los valores capitalistas, liberales y republicanos, donde prevalece el individualismo, la competencia y la concentración de riqueza y poder en pocas manos.
EL PLANO DE LA DEMOCRACIA
En el ámbito de la democracia sucede un fenómeno similar, porque desoyendo una histórica tradición de lucha de los pueblos indígenas que insistentemente reivindican la necesidad de reconstituir sus territorios colectivos y su capacidad de autogobierno comunitario, se ha hecho prevalecer el enfoque occidental de fuerte contenido presidencialista e individual. El mismo, favorece la conformación y elección de gobiernos supuestamente representativos, pero que generalmente responden a los intereses minoritarios que concentran la riqueza y los medios de influencia sobre la población. Prevalece un enfoque democrático-representativo ajeno, frente a la reivindicación de una capacidad de autodeterminación y gobierno colectivo, que responde a las prácticas propias de comunidades y ayllus.
Como si ello no fuese suficiente, tampoco se toma en cuenta y se termina despreciando las mismas prácticas democráticas de los movimientos sociales. Ellos, cotidiana y sistemáticamente deliberan colectivamente, construyen consensos y adoptan decisiones participativas sobre todos aquellos asuntos y problemas que inciden o afectan su modo de vida, trabajo y las relaciones con el entorno. Es más, desatendidos, olvidados, o marginados por el Estado y la gestión pública de gobierno, inclusive han logrado resolver necesidades y problemas acuciantes, sobre la base de la cooperación, la solidaridad, la autogestión y el trabajo comunitario.
Existen ejemplos innumerables de esta capacidad de gestión pública y política tanto en áreas rurales como en centros urbanos, que no han necesitado del rol del Estado, para poder efectivizar la conquista de sus derechos, como la atención y resolución de sus problemas y demandas.
Ello no se traduce únicamente en una mayor capacidad de gestión comunitaria y autogestión pública y política; sino que implica un ejercicio democrático y ciudadano, que va mucho más allá de acudir circunstancial y ocasionalmente a las urnas, para que después otros decidan por todos, a cuenta el voto emitido y la delegación de poder conferida.
A contrapelo de estas experiencias prácticas e históricas que indudablemente dan cuenta de un tipo de ejercicio democrático centrado en la iniciativa colectiva y comunitaria del pueblo, y donde la gestión pública y política ya no es un atributo del Estado, los partidos políticos, o el gobierno; es indudable que responde y se acerca mejor al tipo de democracia y ejercicio político que siempre se ha deseado como la forma de gobierno más cercana al pueblo.
Por todo ello, persistir en un modelo democrático tradicional, basado casi exclusivamente en la búsqueda de representatividad electoral, donde su mayor valor consiste en el balotaje de mayorías y minorías; no solo resulta anacrónico, sino totalmente insuficiente para profundizar la democracia.
Si se trata de responder adecuadamente a las formas cómo se ejerce la política y se constituye un gobierno más cercano al pueblo, pero se insiste en reproducir el modelo democrático tradicional, solo se contribuirá a perpetuar una forma de democracia elitista y meramente formal. Peor es el resultado, cuando dicha democracia representativa se desvirtúa bajo prácticas pactistas y/o caudillistas, que convierten la política y el ejercicio democrático en una forma de usurpación de la voluntad popular, y un medio de conquista del poder como fin último.
Como consecuencia de lo analizado en ambos planos, y mientras persistan ambos fenómenos distorsionadores de la democracia y la política, puede concluirse la imposibilidad de profundizar la democracia en un sentido popular, así como de impedir la realización de las tareas de transformación democrática que acompañen los cambios en la economía.
Un apunte final en la perspectiva de construir una alternativa de izquierda, hacer política en forma diferente y devolver el poder pueblo. Un proceso de profundización de la democracia y transformación social no será posible, si paralela y simultáneamente no recoge y pone en práctica el modo de gestión pública y política que la sociedad ya ejercita. No por nada las movilizaciones y la protesta de los movimientos sociales que se expresan cotidianamente en las calles, repudian la caudillización, partidización y/o aprovechamiento electoralista con que actúan algunos sectores, partidos y gobiernos (incluidos los llamados progresistas).
El autor es sociólogo, boliviano. Cochabamba, Bolivia.
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