[Flavio Machicado]

Presión internacional y soberanía


Según la teoría de desarrollo cognitivo de Piaget, un adolescente en Beijing, Chapare o el barrio más aristocrático de Londres cuestiona la autoridad, crea lazos afectivos fuertes con su círculo de amigos y se obsesiona con la consistencia en las reglas que intentan imponer los padres. Es típico de un imberbe de trece años impugnar una norma bajo la lógica de “por qué mi hermana puede y yo no”.

Las normas y leyes que resultan de la sabiduría colectiva sufren de cierta inconsistencia. En las calles de Argentina vemos cómo dos principios “constitucionales” compiten entre sí. Por un lado está el derecho a la protesta, por el otro el derecho a circular por vías federales y llegar a su fuente de trabajo. Unos apelan a la libertad de expresión, otros a la libertad de movimiento.

Pero si imponer normas dentro de una misma nación es una tarea compleja, mucho más lo es imponer estándares a nivel internacional, incluso cuando parecerían obvios. Tal es el caso de no utilizar armas químicas para asesinar mujeres y niños. También se me ocurre que, en una democracia, no es lo más sensato atentar contra uno de los poderes del Estado. Recuerdo que cuando Fujimori lo hizo en Perú, la entonces incipiente izquierda bolivariana lanzó un grito al cielo, acusándolo de tirano. Pero cuando quien avanza dicha medida es un amigo, cual típico adolescente lo que impera es el lazo de complicidad.

En 1962, hace más de 50 años, tuve la oportunidad de ver una película italiana, titulada “El Perro Mundo” (Mondo Cane) donde se hace un recorrido por diversos y particulares rincones de cada uno de los continentes. Utilizando el género de documental, la película muestra extrañas culturas humanas, donde el folklore y las tradiciones se mezclan con la excentricidad, el sadismo y el salvajismo expuestos con toda crudeza y autenticidad.

Este caleidoscopio antropológico y sensacionalista que los cineastas italianos Paolo Cavara, Gualtiero Jacopetti y Franco Prosperi ofrecían al espectador en esta película, era una mirada única e intrigante de la vida en el planeta en una selección de planos deslumbrantes, además hilados con gracia. Sin embargo, una chocante gama audiovisual también puede traducirse como educación malsana, fruto de esta exhibición sin pudor -y a manera de mosaico- de actividades y rituales que no en vano podríamos imaginar que están alejados de lo natural, lo lícito, lo apropiado, lo pueril y hasta del sentido común básico.

Algo parecido a las escenas de sufrimiento y de dolor que hemos visto en la prensa producto del ataque con armas químicas en Siria, probablemente producido por la misma fuente que hace dos años en Guta dio lugar al ataque químico más mortífero del último cuarto de siglo. En ese entonces, EEUU culpó a Assad de la masacre y el régimen entregó supuestamente su arsenal químico.

En aquel entonces, la administración siria culpó a los alzados. Tras investigar, la ONU rehusó declarar culpables. Lo que no tendría que ocurrir ahora con este ataque “químico” que ha causado 58 muertos y 170 heridos, contabilizados por el momento. Son varios países y líderes mundiales que lo han condenado, esperando que el Consejo de Seguridad tome cartas en el asunto, lo que permite aspirar a que la comunidad internacional ponga límites a la soberanía nacional que no tiene por qué tener licencia para matar a seres humanos indefensos que nacieron bajo una misma bandera y territorio.

En nuestra región, sería el caso de Venezuela que persiste en una anomalía institucional que ha funcionado en gran medida debido a la tolerancia internacional, en particular del vecindario. Lo que acaba de suceder con la anulación de las facultades del Parlamento en manos opositoras, aunque con algunas enmiendas actuales que solo alivian el agravamiento severo de este cuadro.

La anomalía venezolana discute mucho más que un procedimiento autoritario. Lo que ocupa el lugar de una revolución popular y progresista es un nacionalismo populista, que se ha extendido en la región con distintos niveles de furor y oportunismo que, en algunos casos extremos, no tienen embarazo por identificarse con personajes como Donald Trump o con propuestas aún más reaccionarias de aislacionismo. Los brotes neofascistas europeos tienen un eco en estas formas latinoamericanas de entender la verticalidad política y el uso de la mentira como una épica.

Lamentablemente, con un estadio evolutivo propio de la adolescencia de la humanidad, pocos individuos logran dar importancia a las lecciones de la historia. A su vez, el significado de la civilización se reduce a la visión del clan, por lo que sigue actuando instintivamente, tomando como punto de referencia básicamente sus propios intereses y expectativas. Siria es aliado de Irán, que es aliado de Venezuela. Por ende, cualquier indignación por las muertes de niños y mujeres de la forma más atroz, se remite a la norma de callar cuando el genocidio (o ruptura democrática) es cortesía de un amigo.

El Ing. Com. Flavio Machicado Saravia es Miembro de Número de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas.

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