Augusto Vera Riveros
Hace poco, el gobierno central ha destinado un importante número de servidores públicos destinados al servicio exterior de nuestro país. Pero la reciente intervención de nuestro Embajador ante la OEA en ejercicio de la Presidencia pro tempore de su Consejo Permanente debe llevarnos a una profunda reflexión sobre el culto a la partidocracia, que se practica cuando de representar al país se trata. Claro que en el régimen actual, esta forma de designación no se limita a ese ámbito, pero cuando de relaciones internacionales se trata, ha de ponerse un esmero tal que nuestro relacionamiento con el resto del orbe sea de inmaculada pulcritud, sin exponernos al bochorno con ribetes de escándalo, que supuso el espeto de Diego Pary a su homólogo que en su ausencia dirigía la Asamblea.
La diplomacia, a decir de Eduardo Jara Roncati, es un arte, pero también una ciencia y en ese contexto la responsabilidad de nuestros diplomáticos ha de recaer en funcionarios que hayan tenido una carrera en ese campo del saber y de ninguna manera en personas cuyo único mérito es pertenecer al partido de gobierno.
Triste y vergonzoso fue el desempeño de nuestro embajador ante el organismo regional. Su inexperiencia, pero sobre todo su sometimiento al régimen cuasi dictatorial de Nicolás Maduro, ha enlodado no solo al país, sino también al mismo organismo panamericanista, cuya Declaración, entre otras, contempla la consolidación de la democracia entre los Estados miembros. Y es en uso de esas sus atribuciones que la OEA tiene plena facultad, no para intervenir en los asuntos internos de quienes la conforman, pero sí para condenar las atrabiliarias determinaciones de los gobernantes, que el Presidente del Consejo Permanente ha pretendido evitar con torpeza, por tratarse de la actual Venezuela sumida en corrupción, violación a los derechos humanos y pobreza supina.
Que la diplomacia sea un arte no significa que artistas sin ninguna formación en relaciones internacionales sean idóneos para representarnos ante otros gobiernos u organismos multilaterales. Tampoco los militares que en los últimos años han sido retribuidos por su inocultable orientación partidista, son llamados a representarnos en el exterior, ni a nivel consular y muchos menos de embajadores como se hizo costumbre en la última década.
No, con un cursillo no se capacita un verdadero diplomático en servicio exterior de la Patria; se necesita cuando menos dominio de disciplinas afines como el Derecho Internacional, Ciencias Políticas o Economía y básicos de diplomacia en sus dimensiones multilateral, bilateral y de teoría práctica consular. ¿Es que no se tiene conciencia de que haber perdido casi la mitad de territorio que Bolivia tuvo al nacer, así como cruentas guerras y lesivos tratados, se ha debido a funestos “diplomáticos”, cuyos nombres la historia ha recogido como heridas que no terminan de cicatrizar?
¿Animadversión a los cultores del arte o profesionales de las armas? ¿Desafecto por los que ejercen honestamente la política partidaria? Claro que no, mi encomio por quienes desde la esfera que les corresponde hacen Patria, pero la respetabilidad de Bolivia desaprueba nominaciones que constituyen un peligro para su seguridad y sus intereses, máxime si en representaciones donde los Estados son de poder relativo superior al nuestro, la inteligencia y la sagacidad deben suplir esas desventajas. No más, como los veintiséis, sin ningún adiestramiento, recién designados.
El autor es jurista y escritor.
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