Mientras las potencias mundiales -Estados Unidos, Rusia y China- están abocadas permanentemente a medir fuerzas sobre cantidad de ejércitos y armamento que poseen y buscan medios para acrecentar presupuestos con miras a fabricar más armamento, siquiera un 60% de la población mundial es pobre y padece enfermedades. Si esa población es, más o menos, de 7.500 millones de personas, el 60% significa, clara y terminantemente, que 4.500 millones de personas son pobres y de ellos siquiera un 10% está en condiciones de extrema pobreza.
Cuando se habla de pobreza no hay referencia solamente a la carencia de alimentos, buenas condiciones de educación y salud, posesión de vivienda y disfrute de buenos empleos. Se trata, en todo caso, de los graves problemas que acarrea esa pobreza tanto en estabilidad política como social y económica porque estar supeditado a magros presupuestos y, en casos, no poseer ni lo más necesario, es motivo para reacciones en cadena de poblaciones que buscan, por cualquier medio, cambiar su situación y conseguir mejores condiciones de vida.
Países inmersos aún en un Cuarto Mundo se unen a los que estando en el Tercer Mundo, padecen pobreza extrema, sufren enfermedades y carecen de condiciones para recibir una educación siquiera elemental, aunque, en todo caso, merecen, al igual que todos los niños del mundo, una educación alta y eficiente. Esos niños, acostumbrados a vivir con lo mínimo necesario, descalzos, harapientos y que muchas veces buscan mendrugos en calles de ciudades poco o nada atendidas por sus autoridades, comparten su miseria con ratas e infraestructura que hacen más lacerante su situación.
El mayor revés que padece la población que sufre las condiciones de pobreza extrema es que también es dependiente de lo que recibe, muy esporádicamente y como ayuda humanitaria, de países ricos y organismos internacionales que cifran su solidaridad, hermandad y comprensión en traspasar a los pobres los excedentes de sus riquezas; nada hacen por evitar que esa extrema pobreza llegue a cobrar muertes por muchos miles al año; menos se cuidan por evitar que esas condiciones se acentúen y cada día causen más estragos; no hay, pues, en esos países del Primer Mundo, y muchos del Segundo Mundo, sentido de solidaridad y menos de caridad para quienes padecen hasta lo imposible y ven, en el día a día, morir a sus hijos.
Fácil sería para quienes poseen más, invertir, crear riqueza y ampliar los ámbitos del empleo; no concretarse al papel de limosneros que buscan aliviar el hambre de los mendicantes del mundo. Hasta por respeto a la dignidad humana, bien podrían invertir en mejorar las condiciones de vida creando fuentes de producción y trabajo y entender que solo así podrán descargar sus conciencias y hacer del mundo un espacio de vida, caridad y misericordia entre todos.
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