Ignacio Vera Rada
Noventa y tres y veintidós años. Así dos generaciones distantes pueden aunar espíritus cuando están bien templadas las clavijas del amor al arte.
No son muchos los que saben valorar la belleza de un paseo con una dama, el trino de un ave azul, la mirada dulce de un niño o la conversación con un poeta. “¡Dios mío! ¡Que dure este tiempo, que duren estas horas!”. Pero tristemente, así como un día no basta para conocer siquiera el ábside de una catedral gótica, dos horas son nada para conocer el rasgo más superficial de un hombre. “Oft erklartet ihr euch als Freund des Dichters, ihr Gotter!”, dice el epigrama goethiano.
El viernes 7 de abril pude ir a la casa de Armando Soriano Badani. Al sabor de un café fuerte, comenzamos a hablar sobre aquello que expresa lo que los ojos humanos no pueden ver y lo que ningún sentido puede justificar, el espectáculo inmenso de la creación: la Poesía. Escuelas, revoluciones, insurgencias, vanguardias prostitutas, ¡qué no le ha pasado al arte! Sin embargo pensad por un instante cuál es la línea maestra, cuál la ley inmutable… Os daréis cuenta que el genio clásico no puede ser superado ni lo será jamás. Por eso el arte está más allá del Bien y del Mal, con él no se hace propaganda social; y por eso es inmutable en el tiempo y en el espacio, su línea rectora nunca variará. ¡Hay solamente un camino: una ley estética y una ley sintáxica!
Soriano ha dedicado su vida a la literatura, a la belleza. Y es el último caballero de Gesta Bárbara sobre la tierra. Es cosa triste saber cómo los grandes valores artísticos se van perdiendo en la marejada violenta e implacable del tiempo. Las letras de Gesta Bárbara están escritas en bronce en los anales culturales de Bolivia. Su legado está en la promoción cultural y en la escritura de decenas de novelas y cuentos y miles de miles de versos. Era un bajel con varios capitanes, bajel que se va hundiendo en un mar donde el fondo no es sino la gloria.
Donde mi espíritu casi se funde con el suyo es en el desdén por el arte demasiado libre en la forma. Maldición a esos despreciadores de la antigüedad, ¡a los lujuriosos que blasfeman en contra del código artístico! Soriano es un sonetista tan riguroso como lo fueron Lope y Góngora, hizo heptasílabos tan rítmicos como los de Darío y escribió prosas en castellano antiguo, como lo hizo quien deseara ser Corregidor de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, Miguel de Cervantes.
Mi entrevistado cambia el rumbo de la plática y comienza a recitar de memoria uno de sus poemas amatorios; sus heptasílabos sin rima igual tienen musicalidad y armonía. Es consciente de la prescindencia de la rima, porque el poeta es un constructor plástico ante todo (poiesis). Y al final de la tarde, cuando el sol ya estaba detrás de la corona de El Alto, me enseñó un último poema que sigue el precepto de la universalización del arte: Notre Dame. “Bajo la noche parpadea el Sena/ con malicioso guiño a mi embeleso;/ un anfibio candil, ágil, travieso,/ mudo se argenta en líquida cadena”.
Porque la legendaria catedral gótica de Víctor Hugo merece la lira de todos los poetas de este mundo.
Me obsequió su última novela, porque aunque casi un siglo de existencia pesa en su físico y en su alma, no puede dejar de usar su estilográfica. Una bella mujer desnuda cubriendo con su mano su mayor intimidad corporal -la Venus de Urbino del Tiziano- adorna la tapa del libro. Porque pintores y literatos se unen en esta obra.
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