Un poco de historia
Terminada la magna lucha por la independencia Sudamericana, los militares y los “políticos ambiciosos” empezaron a alzarse contra el Libertador Bolívar y contra el Mariscal Sucre.
El Presidente Sucre –que ya se había casado por poder con María Carcelén, que le aguardaba en Quito– hubo de afrontar en su segundo año de gobierno en Bolivia, una gigantesca revuelta organizada contra él en el Perú. Esa revuelta empezó en Chuquisaca, el 18 de abril de 1828; a las seis de la mañana, Sucre que se encontraba en el Palacio de Gobierno, fue informado por el doctor Luna, que casualmente pasaba por el cuartel, de movimientos sospechosos de los militares en el interior del recinto.
En conocimiento de ello Sucre pidió que ensillaran su caballo, y con dos ayudantes se dirigió al cuartel donde se hallaban instalados los “Granaderos de Colombia”, al penetrar fue recibido a balazos y un proyectil le dio en el brazo derecho y otro pasó rozando la cabeza, su acompañante, el comandante Escalona, tenía descolgado el brazo a causa de otro disparo. El caballo de Sucre espantado salió corriendo hasta llegar al Palacio de Gobierno, donde, ya exánime, el Mariscal fue atendido por sus edecanes, quienes lo trasladaron a la casa de un amigo –Miguel Antonio Tardío–. Allí fue atendido por los doctores Terrally y Carpio, quienes le extrajeron las astillas del hueso producto del impacto del proyectil.
Confiados en que la causa estaba afianzada, los insurrectos nombraron Prefecto del Departamento a José Antonio Asebey (un militar en Retiro).
Los gestores del complot fueron Guillermo Cainzo (argentino), Victorio Robles (músico mayor”) y dos sargentos peruanos, siendo el cerebro de aquella siniestra maquinación el doctor Casimiro Olañeta, boliviano que aspiraba el poder. El cuartel quedó en poder de los amotinados y declararon prisionero a Sucre
Postrado en cama, el Mariscal Sucre recibió a sus oficiales de confianza y le encargó la Presidencia a su Ministro de Guerra, Gral. Pérez de Urdininea. Al día siguiente –19 de abril– se presentó, previa una solicitud de su esposa, el Dr. Olañeta ante Sucre, a quien, con increíble cinismo expresó su sentimiento por el atentado de que fue víctima, al mismo tiempo que le ofrecía sus servicios personales; le respondió el Mariscal que si “la consecuencia y la lealtad” vivían todavía en su ánimo, esos servicios “podrán ser útiles a su patria”, porque en lo referente a su persona, los agradecía “sin aceptarlos”.
Al salir de la alcoba de Sucre, Olañeta se presentó ante el Congreso y lo que hizo fue enaltecer “la actitud de los revoltosos y traidores, tomando por antecedente la constitución absolutista y el poder vitalicio; habló de la intromisión extranjera y dice además de contar con el apoyo del pueblo y del ejército para echar abajo el gobierno bolivariano; y por último pide el apresamiento del Presidente y sus ministros.
Preso el Mariscal, vencedor de batallas, se efectuaron negociaciones para la firma del tratado de Piquiza. El 1 de mayo el ejército peruano cruzaba el Desaguadero al mando del Gral Agustín Gamarra bajo el pretexto de proteger a Sucre poniéndose “entre la víctima y los asesinos”. Sucre considerando a Gamarra dueño de la situación, sin contar con un ejército con que enfrentar, el 16 de julio de 1828 dio instrucciones para que se firmara el humillante tratado en el que se estipulaba la salida de todas las fuerzas extranjeras; la convocatoria a un Con-greso Constituyente para el 1 de agosto, el mismo debía “recibir el mensaje y admitir la renuncia del Mariscal Sucre a la Presidencia de Bolivia.
No habiéndose reunido el Congreso en la fecha prescrita, Sucre emitió al país su último decreto el 2 de agosto, encargando el gobierno de la nación a los ministros José M. de Velasco, en carácter de Presidente, y Mariano Enrique Calvo y Manuel Molina. Ese mismo día, dejando su renuncia y un histórico mensaje, abandonó Bolivia, llevando en el cuerpo una herida y en la mente la ingratitud , la incomprensión y la traición artera de los políticos y militares de entonces.
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