Se ha señalado con insistencia que el populismo tiene como origen dos fuentes. Una concepción ideológica basada en aspectos económicos y otra en apreciaciones habituales. La primera indica que algunos políticos consideran que se puede construir el socialismo sobre las bases de la primitiva comunidad indígena “renunciando” previamente a la etapa capitalista y la segunda que se trata de un adjetivo calificativo con objeto de descalificar a grupos partidarios que enarbolan ese programa.
El populismo habitual oculta su objetivo económico en frases hechas, pero, finalmente, está interesado en querer imponer su punto de vista económico, aunque el intento fracasó en todas las oportunidades que se lo quiso poner en práctica, como en los casos de Venezuela, Argentina e inclusive Bolivia.
No obstante, los esfuerzos para aplicar el populismo en sus diversas formas no dieron resultado positivo alguno. Es más, condujeron al caos, a la parálisis y a un retroceso de la economía, y una situación caótica. Pero, en forma concreta, ese populismo también se expresó en tendencias caudillistas y anarquistas que se tradujeron en el concepto ¡“socialismo del Siglo XXI”!
Una de esas consecuencias del populismo criollo, aplicado desde las esferas del gobierno, es que empezó a degenerar en el autoritarismo y así la supuesta fórmula de “salvar a la democracia” se convirtió en una medicina peor que la enfermedad. En efecto, las autoridades populistas hicieron algunas reformas en instituciones fuera de su control “para curar el mal”, pero una vez alcanzado ese objetivo la lógica de las autoridades solo sirvió para ampliar sus poderes y discrecionalidad.
De esa manera, la democracia fue echada por la borda y el populismo (en sus diversas formas) derivó en un autoritarismo cada vez más discrecional, como el caso de la Justicia que, sometida a algunas reformas con fines positivos, terminó haciendo que el Poder Judicial quede bajo absoluto control de los medios gobernantes y lo utilicen para servir intereses populistas, reñidos con la imagen de la democracia.
El populismo en todas sus formas impulsa a sus seguidores a ampliar sus poderes a título de “devolver el poder al pueblo”, pero, finalmente, como considera que alguna institución que está fuera de su control es un obstáculo para sus fines, la atropella, asegurando que trata de “reformarla”, lo que termina convirtiéndose en un autoritarismo que se releja en la persecución política enmascarada de persecución judicial, o sea la utilización de un autoritarismo absoluto, aunque con la etiqueta poco disimulada de “salvar la democracia”.
Ya se ha visto que el populismo, como expresión de la pequeña economía minifundista campesina de tipo semifeudal, es el origen de esta corriente política. También tiene sus propios efectos y entre ellos están el caudillismo, el culto a la personalidad, el bonapartismo, el encubrimiento de la verdad con sofismas, la falta de lógica, criterio y aun sentido común, etc., problemas que llegan al absurdo.
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