Viendo cada vez más disminuidas sus posibilidades bélicas tanto en Irak como en Siria, el Ejército Islámico (EI) yihadista ha elegido a los cristianos como sus víctimas a fin de mostrar que se encuentra activo y, a la vez, despertar la adhesión de nuevos militantes para su causa. Ha convertido en blanco favorito a los coptos egipcios (Iglesia cristiana católica) que constituye el 10% de la población egipcia de 92 millones.
Estos ataques llevan años, pero han recrudecido desde diciembre de 2016, oportunidad en la que un terrorista suicida mató con una explosión a 30 personas, entre mujeres y niños, en la iglesia de San Pedro, contigua a la catedral de El Cairo. El pasado domingo de Ramos durante los oficios religiosos en iglesias de las ciudades de Alejandría y Tanta otros terroristas hicieron detonar sus cinturones explosivos dando muerte a 44 personas e hiriendo a 77, muchas en estado grave.
En uno de estos templos, seleccionado a propósito, se encontraba en la celebración Teodoro II, Pontífice Máximo de los coptos, rama independiente de Roma y separada hace siglos de la Iglesia Bizantina. Estos atentados han ocasionado la emigración de cientos de familias católicas egipcias en busca de paz y refugio. Parece extraño que existiendo estos antecedentes, la Policía no hubiera tomado medidas de resguardo junto a los templos cristianos, habiendo hecho su aparición después de la consumación del terrorismo.
Estos crímenes no son los primeros ni serán los últimos que sufre la cristiandad a lo largo y ancho del planeta y de la historia, empezando por la cruenta persecución romana a partir de la crucifixión de Jesucristo, hasta nuestros días. No solo en nombre de otros credos religiosos, sino también de tendencias y partidos políticos que ven en la doctrina cristiana un rival para sus ideologías totalitarias e intolerantes. A veces la represión es franca, otras veces es encubierta y solapada, sin descartar el cultivo de creencias supuestamente ancestrales, dirigidas a competir con el credo cristiano arraigado, como la realidad viene comprobando en nuestro país.
Mientras el Papa Francisco celebraba la misa de Ramos en el Vaticano, tomó conocimiento del sacrificio de los creyentes en Oriente, invitó a la multitud a sumarse a sus oraciones y fustigó con energía a los autores. Cuando la religión y la política son un conjunto, como sucede con parte del islamismo musulmán, el fanatismo llega a extremos peligrosos, según hacen ver los repetidos actos terroristas en Europa y en Egipto.
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