Nicómedes Sejas T.
Un artículo de Manuel Castells con el título de “La Revolución Cocalera”, interpretado como una crítica al MAS, no es más que una adhesión disimulada de algún admirador suyo.
Este artículo es una apología del proceso de cambio y una interpretación errónea del ascenso de los cocaleros al poder. De hecho no es una crítica al gobierno, menos al proceso de cambio ni al socialismo comunitario, sino el reproche al único acierto que tuvo para intentar legitimarse en el poder, el referéndum del 21F. Castells no se refiere a la democracia masista, al corporativismo, al endeudamiento público, a la corrupción, al caudillismo, al centralismo, al control de la opinión pública. Siente como suya la frustración que embarga al gobierno por el resultado del referendo del 21F. Este reproche no puede revertir el resultado de la voluntad popular, y como todo socialista tal vez prefiere que el caudillo del MAS tenga una larga permanencia en el poder sin importar la democracia ni sus valores. Ignorar el caudillismo es un desinterés velado por la democracia por la que han luchado los indígenas durante generaciones. No se puede luchar contra la democracia del colonialismo interno con sus mismas armas; esa ruta nos conducirá irremediablemente a nuevas formas de exclusión como ya se viven en Bolivia. La nueva primavera democrática que pregona el gobierno ha vuelto a su vieja matriz colonial; la nueva forma de exclusión es más confesional, separa las militancias entre acólitos y enemigos del socialismo, no hay puntos intermedios. Los primeros son considerados los nuevos demócratas y los segundos sus enemigos. Desde este punto de vista no hay lugar para el pluralismo político, la medida es el socialismo, la simple adhesión al caudillo que supuestamente encarna la utopía colectiva. La admiración de Castells al régimen del MAS, inspirada aparentemente en la fuerza del pachacuti, es simplemente la manipulación discursiva de su simbolismo cultural.
En buenas cuentas, el comentario de Castells es una apología del socialismo comunitario, cuyas virtudes las destaca como un logro de verdadero avance para un país que tuvo escasas oportunidades a lo largo de su historia. Coincidiendo con la propaganda oficial, atribuye todo el mérito de los cambios señalados a la gestión del actual gobierno. Empezando por la capacidad de los cocaleros que supieron constituirse en la alternativa exitosa frente al neoliberalismo que no hizo más que hundirla en la pobreza y reproducir la exclusión de los indígenas.
Sin duda el comentario apologético del régimen brota de su reconocida simpatía al socialismo, Castells se siente complacido con su gestión, haciendo un rápido inventario de sus numerosos aciertos, con el único saldo negativo de haber intentado recurrir a un procedimiento constitucional cuyo resultado fue inesperadamente negativo para el caudillo del MAS. Con seguridad, el mismo Castells, en un ambiente de exitismo exultante, no se hubiera atrevido a disentir con la sabiduría electoral de la cúpula partidaria del MAS.
El prestigio reconocido de Castells parece inhibir a algunos críticos del gobierno o que por su admiración les pareció una crítica sustancial lo que no es más que un lamento tardío de un ideólogo que comparte con el gobierno no su utopía socialista, sino su frustración.
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