El cristianismo, como en todos los tiempos, es víctima de atentados perpetrados contra quienes no conciben a Dios o lo hacen conforme a lo que cree el Estado Islámico que desparrama terror, muerte, luto y sangre en diversos sitios del mundo. El pasado domingo de Ramos, en dos iglesias coptas de Egipto se produjeron atentados que destruyeron parte de esos templos, causando la muerte de más de 40 personas y muchas decenas de heridos: terroristas suicidas, incitados por el yihadismo portando poderosas bombas en sus cuerpos sembraron muerte.
En la localidad de Tania (al norte de El Cairo) y en la ciudad de Alejandría el grupo terrorista mostró, una vez más, su ensañamiento contra el cristianismo. El 11 de diciembre pasado, el yihadismo suicida atentó contra la iglesia de San Pedro junto a la catedral copta de El Cairo, donde fallecieron más de treinta personas entre mujeres y niños y causó muchos heridos.
El yihadismo, en nombre del llamado Estado Islámico, se ha propuesto exterminar todo sentimiento religioso que no acate los principios pregonados por Mahoma, por considerárselos infieles y contrarios al “único Dios que es Alá”, según ellos que, en su fanatismo, no ven ni conciben que el mahometanismo es derivación del cristianismo y que el mismo Corán procede de los textos bíblicos; que ese Corán que busca la paz y concordia entre todos los hombres no propugna la guerra ni la matanza cruel ni los atentados contra los bienes del ser humano. Es un texto que, al igual que los Evangelios de Jesús, muestra caminos de vida y salvación.
Los islámicos fanáticos no ven lo bueno que tiene el Corán y obnubilados por el odio y los complejos solamente buscan producir discordias y enfrentamientos en el mundo, bajo el pretexto de buscar “el reino de Alá”. Son posiciones radicales contrarias a la caridad, la humildad y el amor diseminados por el cristianismo, ya que la iglesia copta egipcia junto a la iglesia armenia, la ortodoxa, la protestante, la anglicana y otras, conjuntamente la Iglesia Católica buscan por igual el predominio de la paz y la concordia entre los hombres, porque tienen conciencia de que solo el amor fraterno entre los hombres y la práctica conjunta de virtudes y valores permitirán la salvación.
Dolorosa es la vida de quienes no creen en Dios y no encuentran en Jesucristo el medio seguro de vida y amor para encontrar los caminos de salvación. Que Dios, por Su infinita misericordia, se apiade de todos los pueblos que son víctimas de fanatismos que solamente buscan la destrucción de la humanidad y que con sus hechos propalan la vocación de muerte de los armamentistas y de quienes propugnan guerras.
Felizmente, se puede concebir que del dolor causado por el terrorismo surgen las esperanzas de que todo termine en bien de la humanidad; de otro modo, habrá propensión siempre fatal a su destrucción.
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