En 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció que cada 22 de marzo se recuerde el día del agua, advirtiendo que ésta escaseará y por ello debería ser sujeto de políticas públicas. Si bien hasta hace semanas ha llovido en La Paz, es suficiente para hablar de represas llenas y “garantizar”, dicen, el líquido elemento. Y es que no aprendemos: la escasez siempre fue predecible, entre otros, por el indiscriminado consumo; falta de lluvias y el calentamiento global que es vox populi. Si no advertimos lo “grave” de este problema, espero equivocarme, la misma empeorará, sobre todo si el gobierno y las autoridades del ramo siguen desentendiéndose de esta prioridad (como se hizo con salud, educación, trabajo, etc.), crucial para la vida de los bolivianos.
¿Qué sucede? Para empezar, nuestro planeta tiene un 70% de agua salada no apta para el consumo de ninguna forma de vida. El 30% está en forma de hielo en los polos terrestres, y, de éste apenas el 1% consumen los seres vivos, pues está descontaminado lo que le agrega un plus (más valor). De hecho, el World Water Assessment Programmer Study advierte que de ese 1% de agua, el 70% se utiliza para riego de cultivos, 22% en industrias y tan solo un 8% en usos domésticos. Cuesta creer que el gobierno, sabiendo de la escasez fomenta un excesivo consumo; ahí están los megaproyectos extractivos; una creciente actividad minera que contamina muchos ríos y consume enormes cantidades de agua; la deforestación y tala de bosques para cultivos, cerca de las cuencas, que afecta el ciclo de preservación hídrica. Es más, se pretende hacer represas en El Bala y Chepete en la Amazonia boliviana, lo que reducirá ostensiblemente el agua, o la pretensión de instalar una planta nuclear en El Alto, que requiere de ingentes cantidades de agua.
Es más, la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo demuestra que la mitad de la población mundial para el 2030 vivirá una alarmante escasez de agua. En el mercado financiero de commodities, tomando en cuenta el costo de la descontaminación, concuerdan que el agua promete ser para el Siglo XXI lo que el petróleo significó para el Siglo XX. En consecuencia, los datos precedentes permiten temores fundados para advertir que la escasez tiende a agudizarse ¿Qué hacer? tomar conciencia de que con la naturaleza se deber prever; regular el excesivo consumo, darle su valor social y económico como derecho humano, para que la población, por su temor, ya no almacene agua y paralelamente consuma del grifo. De seguir así, pronto emularemos a Venezuela, donde el litro de agua embotellada cuesta más que un litro de gasolina.
En 11 años poco se ha hecho ante una probable escasez que muchos bolivianos sabían, excepto las autoridades, de hecho, a diario los medios se referían al excesivo consumo resultado de la paternal “subvención del agua” como bien social. Si bien la falta de lluvias influyó en la escasez, la “subvención” fue comprendida como un bien colectivo. Si bien todos tienen derecho a consumir los metros cúbicos de agua que deseen, también tienen la obligación de pagarla. Entonces, urgen nuevas normas que regulen este consumo de agua subvencionada. Es decir, donde el costo del agua (subvencionada) sea hasta un tope (metros cúbicos) que satisfaga suficientes necesidades para una familia (rica o pobre). Pero, el consumo superior a ese tope social debe tener otro costo (sin subvención). Estamos a tiempo.
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