Boris Gustavo Arias Pizarro
Es cotidiano el martirio de la víctima y su revictimización, después de la comisión de un atraco, asesinato, violación, robo agravado, estafa, etc. Son terribles los traumas físicos y psicológicos para la víctima y la familia de ésta. Las secuelas durarán toda la vida, por cicatrices internas y externas que nunca sanarán, siempre estarán presentes trayendo un gran dolor para la agraviada y sus allegados. Pero el otro calvario viene casi de la mano de la comisión de un hecho punible, es la revictimización, el martirio y el constante peregrinar de las almas cansadas y fatigadas que van en busca de la tan desdeñada justicia.
Este otro suplicio empieza con la denuncia y el consiguiente proceso investigativo, en el que varios requisitos tienen que ser cubiertos, principalmente el económico, a pedido de los investigadores, para cubrir gastos de operativos que realizarán. Una y otra vez viene este tormento del dinero, este es el comienzo del famoso proceso investigativo, conducido y dirigido por el fiscal que está a cargo de la investigación en busca del esclarecimiento y conocimiento de la verdad de los hechos, cuyos dependientes son los policías que tienen la tarea de investigar. Pero su trabajo más parece infligir otro dolor a la víctima y sus familiares, la misma que se encuentra indefensa. Parece el comienzo de una constante tortura, porque para que el fiscal impute, éste puede o no tomar en cuenta la investigación del policía investigador, alejándose de las conclusiones del proceso investigativo y éste decidir por su cuenta, si imputa o rechaza la denuncia.
Las actuaciones de la fiscalía están enmarcadas en el acopio de pruebas de convicción de parte de los peritos, sumándose a éstas la vista ocular, careo, reconstrucción, declaración de testigos. Imaginen, en la mayoría de estas actuaciones la víctima tendrá que enfrentarse nuevamente al delincuente y a la familia de éste, donde de manera reiterativa ésta sufrirá amenazas, insultos y amedrentamientos de toda índole de parte del sindicado de la comisión del ilícito penal y de toda su parentela (¿no es revictimización?).
Aquí entramos a otro vía crucis tanto para la víctima como para la familia. Si hay imputación viene otro peregrinar y tribulación para la parte damnificada, la acusación formal, cuando existen suficientes elementos de convicción que apunten que con probabilidad el imputado es autor del ilícito que se le atribuye. Empieza con ésta la etapa del juicio oral, donde se viene a repetir las torturas psicológicas y tormentos para la víctima y su progenie, de parte del imputado y todos sus coterráneos. Los insultos, amenazas, amedrentamientos y escupitajos vienen a ser otra cruda realidad. A diario se vive en estrados judiciales, que la víctima y su familia se encuentran cara a cara con el imputado y su parentela.
Es decir que por estos constantes atropellos a la dignidad y derechos humanos, el PRO HOMINE se debería interpretar primero a favor de la agraviada, quedando este término en solo palabras. Estas arbitrariedades son el pan nuestro de todos los días, donde se escucha el silencio de la impotencia de la justicia, que está en manos de seres humanos imperfectos e inconscientes del dolor de las almas que van peregrinando en busca de justicia.
Con lágrimas vemos cómo es normal y natural la revictimización. Y por miedo, impotencia y cansancio por las actuaciones de abogados, administradores de justicia, fiscales y policías con mentes anquilosadas, abigarradas y putrefactas, los mismos que nos dejan estupefactos, la víctima decide abandonar la querella o una burda conciliación.
Ut sementem feceris, ita metes, “Lo que siembres será lo que coseches”, decía Cicerón.
El autor es abogado penalista UMSA.
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