Las estadísticas, los datos y los indicadores dan un reflejo sobre la evolución de la siniestralidad y de las políticas de prevención en seguridad vial. Si retrocedemos un poco, podemos deducir algunas conclusiones.
Un problema se lo resuelve, en primera instancia, planteándolo sobre la mesa y sometiéndolo a debate. Los hechos de tránsito y sus consecuencias son temas delicados y de difícil solución. Es aconsejable hacer un análisis frío de la cantidad de personas que fallecen como consecuencia de estos hechos, para ser conscientes de la magnitud de esta tragedia.
Una estrategia que funcionó muy bien en algunos países fue el uso de paneles informativos para comunicar a los usuarios sobre la cantidad de personas fallecidas en carreteras y así mejorar significativamente la concienciación.
Elaborar y mostrar con transparencia los datos e indicadores de todas las instituciones relacionadas con la seguridad vial, es otra enseñanza efectiva. Se comprobó que la transparencia en la información crea un clima de confianza, nada se debe esconder, no debe haber secretos, es un problema que involucra a todos y la información tiene que estar a disposición de cualquier persona. Esto permitirá elevar el nivel del debate, ya que muchos opinan solo con base en comentarios.
Abordar la política de seguridad vial desde un solo enfoque (por ejemplo, definir el uso de términos como accidente, hecho o siniestro vial) permitirá construir un discurso único para todos, permitirá que el ciudadano perciba esta temática como algo indispensable, lo que servirá para adoptar medidas con un buen nivel de aceptación y credibilidad.
Las familias de las víctimas de estos “accidentes” tienen la premisa de que los mismos son evitables. Afirman que es necesario dar prioridad a la seguridad ante cualquier otra consideración sobre el sistema vial, ya que éstos se dan por imprudencia, negligencia e inobservancia de las normas y no por un designio divino.
Lo importante es no dejar este discurso en la retórica, es necesario adoptar medidas para ganar la credibilidad de la sociedad, a través del incremento de controles de alcoholemia, radares para el control de velocidad y la modificación del Código Penal para los delitos contra la seguridad vial. Estas enseñanzas tienen que traducirse en actos que anuncien la proximidad de un debate saludable.
Estas políticas deben tener como objetivo modificar los hábitos y comportamientos de conductores, peatones y pasajeros, haciéndolos más seguros, en busca de una cultura de prevención, donde los medios de comunicación resultan vitales, pues sin ellos es imposible el cambio de comportamientos, ya que son unos aliados necesarios en esta travesía.
La seguridad vial (al igual que la seguridad ciudadana) es una “responsabilidad compartida” y el reto es que cada uno asuma su responsabilidad, que incluso la concienciación y la responsabilidad lleguen a los fabricantes de automóviles para que construyan vehículos más seguros; que los responsables del diseño, mantenimiento y conservación de las carreteras cumplan su trabajo con responsabilidad; que las autoescuelas formen buenos conductores y que no solo sea una capacitación la que permita obtener una licencia de conducir; que las universidades investiguen, produzcan y transmitan nuevos conocimientos sobre esta temática. Es decir, que cada uno haga lo que tiene que hacer. Así dejaremos de buscar culpables.
Para finalizar, debemos asumir una actitud positiva en estos tiempos oscuros de tribulaciones. Eso nos ayudará a ser capaces de reducir la cantidad de personas fallecidas en siniestros viales, pues todos tendremos la misma predisposición y remaremos en la misma dirección. Pero antes se debe tener claro cuál es la dirección correcta porque, como dicen los marineros, el viento solo sopla a favor de los que saben a dónde van.
“El conocimiento debe ser parte de tu vida”.
El autor es docente UNIPOL.
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